Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Desoladora revelación.

Ultimamente hay una sola idea que me arranca de esta sospechosa calma en la que me he sumido (en la que me han sumido). Esa idea soy yo.
Me he llevado, sin planificarlo y ni siquiera desearlo, a un futuro de una habitación de noche con luces encendidas. La habitación está muda y el calor se puede ver en las gotitas del cristal de la ventana y en la piel.
Me encuentro unos años mayor y sé que hay alguien conmigo (en mí, sobre mí, bajo mí, pero a la vez: sin mí.) aunque no me llevé para él un rostro. Un patrón generalizado. Él: cualquiera.

Fui cargada de sensaciones, no de sentimientos. Mucho calor, poca emoción.
Me veo deshaciéndome del trabajo, del tráfico, de los humanos que no deberían llamarse así, de los dependientes sordos de las tiendas de música, de los minutos de 73 segundos y de miles de etcéteras que me persiguen a diario. Se los doy a él; se los meto por la piel... encajándoselos en los poros de su piel, entre su pelo, en sus labios y donde él quiera.
Me veo, harta de esconder mis palabras, desnudándome de pieles y asesinando al diccionario que me hizo ser así.
La idea me está fija, no se mueve ya; pero me desperté con sus huellas dactilares en los hombros.
Me veo saliendo por la puerta y con la naturalidad que nunca me fue dada, espero sin sonreír a que se marche. Me besa la mejilla y me olvido de su cara (si es que alguna vez la conocí).

Y me asusta que algún día esta idea rompa la crisálida y en lugar de la bella mariposa de colores verdes y azulados, salga el escorpión venenoso que se disfraza de fiesta pero llora y llora y se duele. Se duele de cada guiño que acabó en la cama y no en la almohada.

Tan absurda idea, que no puedo ser yo. Karen.

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