Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

martes, 28 de enero de 2014

Las palabras me ponen.

No hay nada que disfrute más que una conversación de esas que te bajan las bragas y te empotran contra la pared; de las que te quitan el aliento y las ganas de que se acabe. Una conversación que te desnude lentamente mientras te mira a los ojos, que te toque de todas las formas posibles -e imposibles- y, sobre todo, una conversación que te deje huella y agujetas.
Una conversación en donde cada palabra te hunda en el más abrasador de los infiernos, donde no exista el cuándo ni el dónde; una que empañe cristales y avergüence a la memoria. Una de verdad, joder. 
El tema es lo de menos, se puede hablar sobre cinta adhesiva, la decadencia del euro o sobre el número veinticuatro; pero si hablas con la seguridad del que sabe que va a morir en las próximas horas -con esa fortaleza que nos crece a todos en el último momento- con intensidad y queriendo soltar todo de una puta vez -pero despacio- entonces lo harás bien, y te darás cuenta de ello porque la gente de alrededor os mirará fijamente.
Porque será como si estuvieseis haciendo el amor en público.
Menudo escándalo, dirán.
No entienden nada.
Karen.

lunes, 27 de enero de 2014

No sirvo para escribir, pero me mola hacerlo.

 Cada martes y jueves por la noche, en la postura de la vela, haciendo ustrasana, o el simple siddhasana, cuando se supone que no debo pensar, se me ocurren miles de formas de poner por escrito el revoltijo de cosas que me rondan día sí y día también. Recuerdo lo que sé que no debe ser recordado y olvido lo que tengo que recordar -¡vaya!- y me apetece escribir sobre ello, sobre lo que se siente cuando tienes que moverte de formas ridículas y sobre lo que imagino que piensan los demás presentes. La rubia seguro que está pensando en cómo tirarse al profesor. La mujer del tatuaje de la clave de sol estará pensando, seguramente, en su dolor de espaldas. El que tiene la misma esterilla azul que yo… aún no acabo de imaginarme qué podrá estar pensando, pero sé que lo hace. El señor que siempre va en pantalones cortos y nos vende naranjas seguro que no está pensando en nada, y es de admirar; es el único que se lo toma en serio, inspira y espira justo cuando hay que hacerlo y nunca abre los ojos si no es estrictamente necesario. Invertimos tiempo y cuarenta euros mensuales para escuchar y hacer oídos sordos; no entiendo por qué.  
Al principio, mis palabras favoritas eran, sin duda, “preparaos para el relax final”, porque podía dejar de pretender que cuando hay que bajar en chaturanga, lo disfruto. Ahora mis palabras favoritas son diferentes cada día y procuro que no se me olviden jamás.

Cuando entiendes que la mente también necesita que la cuiden, empiezas a preocuparte y te tomas en serio las palabras de un señor que no te conoce, pero joder… Qué razón tiene a veces.

Karen.

sábado, 18 de enero de 2014

Soñar es para los que pueden permitirse una desilusión.

No hay nada que odie más que el odio; y me supone un gran problema porque el mundo está lleno de él. A nadie le parece extraño que el odio sea hasta necesario para sobrevivir y, no sé, a mí me parece, cuanto menos, curioso.
Qué coño estamos haciendo con nuestras vidas.
Vivimos en un mundo donde querer a una sola persona es de idiotas, donde el amor sólo es una palabra más, donde vale más un libro que 5 gramos de marihuana, donde el placer está por encima de todo y donde siempre ganan los malos.
Dónde quedaron las cartas y los matasellos, las llamadas telefónicas de cuatro horas, los encuentros fortuitos que acaban en un café... Dónde quedaron las cosas reales, joder. Ahora todo se reduce a su última conexión, a saltarse clases para ir a fumar, a ver cuántas copas soy capaz de beberme, a una rubia en pelotas que hace algo parecido a bailar, a un polvo en los lavabos y al número de amigos en Facebook. Vivimos super conectados, sí, pero estamos solos, realmente solos.
Odiamos los días de lluvia, ir a clase, cumplir con nuestras responsabilidades, pagar impuestos, hacer la comida, a la gente impuntual, los contratiempos, el atasco al volver a casa, todos los días que no sean vacaciones, a la estúpida dependienta que nos dio mal las vueltas, el regalo de los abuelos en navidad, las facturas, el sonido del despertador, los críos gritando a las siete de la mañana... Joder, odiamos mazo.
Yo sólo odio odiar, odio tener que odiar, y odio que me odien. Odio el odio porque ha matado todo lo que de verdad merece la pena.
Nos estamos sumiendo en la más profunda superficialidad, y a nadie le importa.
Mira, me voy a por una cerveza y que os den por culo a todos.
Karen.

lunes, 13 de enero de 2014

He querido construir huellas donde sé que las tuyas van a desaparecer.

He querido romper cada tarde y cada noche
cada cerveza a medias y cada discusión.
He querido volver a empezar
o llegar de una vez al puto final
recitar de memoria cada uno de mis errores
contemplar la paz que reina en tierra de nadie
y decirte
joder
que olvidé lo que tenía que decirte
que no lo recordaré
y que adiós
adiós
y adiós.
Pero
¿sabes?
decir que es difícil es sólo el preludio de lo que será
es una mentira
lo contrario a exagerar.
He querido tantas cosas que ya
no sé qué coño quiero
pero no es esto
¡no es esto!

He querido construir huellas donde sé que las tuyas van a desaparecer, si las dejo.
Karen.

miércoles, 8 de enero de 2014

Para variar.

La libertad es una palabra indefinible
que te come las ganas de seguir sentado, atado
de seguir siempre
siempre
a su lado.

Me parece triste no escribir sobre lo maravilloso de algunos momentos, de recordar sólo lo malo y reducir lo bueno a una mota de polvo en la lente con la que observas los destrozos. Me parece despreciable que cuando el final no es bonito, todo lo bueno adquiera connotaciones de plan malvado y pierda la belleza que en su momento lo hizo ser digno de refugio cuando soplaba la tormenta. Me parece absurda la necesidad de maldecir y odiar para sentirnos mejor con respecto a lo que nos hace la gente; que sí, que vale, que se lo merecen, pero el odio sólo trae odio, y aunque parezca estúpido: sonreír a veces es una muy buena defensa.
Me parece que estamos perdiendo el norte, que las brújulas sólo nos guían hacia lo que más daño nos hace, que ¡a dónde coño se fue el amor!, que la magia se ha muerto por tanto imbécil presumiendo de no creer en nada, y que nada me parece más triste que olvidar todo aquello que me hizo feliz.
Me parece triste que a los poetas que escriben sobre la felicidad no se les tome en serio, que sea necesario sufrir para que te publiquen un libro o, simplemente, me parece patético creer que eso sea realmente así. Me parece que antes de perder, ya hemos perdido, que esperamos con demasiadas ansias para luego descubrir que lo mejor de todo fue el camino, los tropiezos y nuestras ganas de seguir. Me parece que vivir son las partes difíciles.
Así que ahora, como bien pueda, escribiré de las palabras bonitas que aún me hacen sonreír, de las noches locas a base de césped y cerveza, de las madrugadas de cuando subía a contar estrellas y de las veces que escuché un te quiero. Porque todas esas cosas son las que realmente valen algo, y no la mierda que hace que todo me parezca triste, feo y despiadado.

Karen.

domingo, 5 de enero de 2014

Maldad.

Le gusta imaginar que por las noches se desvela
que no ha dejado de maldecir, que
sufre
mogollón.
Le gusta imaginar que ha cambiado dolor por dolor
que aunque uno es más grande que otro
el otro existe y también
duele.
Le gusta imaginar que ha cambiado el mundo.

A media tarde te clavas puñales imaginarios en el pecho para intentar sacarte los de la espalda, lloras intentando borrar todo lo que has visto -lo bueno, lo malo, y lo peor-, te ríes a carcajadas fingiendo que no escuchas nada... Pero todo sigue tal cual lo dejaste: sucio, maltrecho y lleno de estupidez.
La tristeza te da una bofetada con el reverso y el verso de mierda que te inventaste una vez para pedir perdón por algo que no habías hecho, te da una lección a punta de navaja y por primera vez en tu vida la escuchas, porque no tienes nada más a lo que aferrarte, porque el dolor se cura doliendo y a veces duele más imaginarlo que padecerlo. El silencio te obliga a fumar, a encerrarte en bibliotecas heladas y a muchas más cosas que aún no se te han ocurrido, pero se te ocurrirán porque lo necesitas. Sabes que es una exageración, que hay cosas mil veces peores, pero joder, por qué. Porque vivir a base de mentiras es un asco, pero a veces también es precioso y aunque no quieras admitirlo, te mola... porque vivimos muy tarde lo que comenzó pronto, y no era posible que terminara de otra forma.
A media tarde y de a ratos te apetece rendirte
pero coges los puñales y respiras hondo esperando que esta vez
duela menos.
Karen.