Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Lo de vivir mejor lo dejamos pa' otro momento.

Comenzaré por decir que no pensar está sobre valorado. Bien, ahora vamos a lo importante.
He estado pensando que hay demasiadas pocas cosas importantes en mi vida. Esto supone un problema de dimensiones estratosféricas que no puedo controlar. Al fin y al cabo, las cosas importantes nunca dejan de serlo. Una de esas pocas cosas importantes es mi manía con los guiones. Es muy probable que cada frase que haya dicho alguna vez esté previamente elaborada con un suntuoso cuidado. La idea principal no suelo modificarla, pero he de admitir que las correcciones sólo me han servido para encaminar la conversación hacia un callejón sin salida donde el que acorrala soy yo. Es la idea que tengo de ganar. ¡Y lo hago bien! No sé por qué cojones al final siempre salgo perdiendo. 
Hmmm, me hago una ligera idea del por qué. La idea principal de escribir esto no era hablar de mí, de hecho, la idea era hablar del mundo en general. Porque me he cansado de escribir sobre el odio (a veces sobre el amor) y sobre la inmensa tristeza que acompaña a los días de lluvia sin ningún sofá ni botellas de vino. Sin embargo, heme aquí: sola, con calcetines dispares, una película cursidramática en pause, millones de ideas dándome vueltas en la cabeza, y hablando sobre mí. La diferencia es que no estoy a disgusto, es un verdadero alivio y placer estar aquí escribiendo sobre mí sin esconderme de nadie. Y si me encuentras, enhorabuena. 
Seguidamente diré que si no puedo dormir es exclusivamente culpa mía. 
Y para terminar, decir que hace un buen día a pesar de tener en el pecho un Everest a tamaño escala. 

Karen.

domingo, 28 de octubre de 2012

Café para cenar.


Éramos tú, yo y nosotros. Tres en dos cuerpos, cuatro ojos que se huían y nada al mismo tiempo.
Por circunstancias irrelevantes, acabé frecuentando ese café que hacía esquina con la calle en la que ese señor casi ciego y curtido de años, tocaba siempre aquel vals infinito.
Por circunstancias relevantes, un día escuché de ti; algo sobre un tipo que se quedó sin trabajo.
Entonces un día –no me preguntes cómo ni por qué- supe que eras tú cuando entraste por la puerta del café, frotándote las manos y maldiciendo al tiempo.
Yo estaba sola, tú pediste una cerveza y tu colega el dueño del bar te dio conversación.
El sonido del aletear de los pájaros del documental que pasaban por la tele, el toser de la cafetera con jubilación caducada, la corriente de aire frío al abrir y cerrarse las puertas, las cucharitas del café revolviendo el azúcar, las conversaciones triviales de a diario, alguna risa, las gotitas de lluvia estrellándose contra el cristal, el crujir de esas galletas, el rítmico pasar de las hojas del periódico, el golpeteo de los dedos en la mesa de aquel chaval sumido en su música…. Y yo estaba sola, y tú parecía que también.
El tiempo saltaba de día en día por las hojas del calendario; cual rayuela.  Y no sé qué pasó, ni si fue el destino o la casualidad… quizás fue el lazo invisible que me ataba a ti, pero me acerqué y empecé a necesitar olvidarte antes de conocerte.
No era demasiado tarde, pero en el cielo bailaba la Luna; y quizás fue por eso que nunca nos abandonó, y que cada vez que la veo, te veo y nos veo.
No recuerdo quién pronunció la primera palabra; tampoco recuerdo cuál fue. Recuerdo el temblor de las manos y el miedo acojonante que se me metía hasta en los huesos, que crujían y chillaban a cada paso. Quizás ahora te parezca una estupidez -¡cosas de niñas!-, y puede que pienses que exagero. O quizás pienses como yo y digas ¿cómo es que sentías todo eso antes de que nada pasase, y cómo es que cuando todo pasó dejaste de sentirlo? Tenía y aun tengo muchas preguntas, pero ya no necesito conocer las respuestas; y esa es la parte triste de toda esta historia.
Con el vértigo como bandera me senté a tu lado, guardé silencio y esperé; esperé mucho. De cuando en vez te girabas y me clavabas los ojos… era sólo un segundo, quizás menos, pero recuerdo muy bien la sensación que me dejabas en cuanto apartabas la mirada: era como si estuviese en medio del Mediterráneo a pleno enero.
Se me hizo costumbre sentarme a tu lado y dejar que el tiempo hiciese lo suyo: pasar. Y anda que si pasó.

Karen. 

sábado, 27 de octubre de 2012

¿Es necesario un título?

Todos somos esa mujer que, intentando que no se le note demasiado, da una fugaz ojeada a los titulares del periódico de su vecino del metro.
Sin ánimos de ofender a nadie, nos invito a pensar un poco de cuando en cuando... Dicen que es de lo poco que no causa cáncer, aunque yo no me lo trago.
A veces me apetece ser como Ignatius Reilly y, entre otras cosas, no querer no ser lo que soy. A veces me apetece viajar en el tiempo y cambiar algunos noes por síes, y talveces por jamases. A veces solo quiero dejar que me lleve la marea cada vez que vuelca mi barca, y no volver a subir en ella nunca más... pero sólo a veces.
Sabemos de sobra que la fe no mueve montañas, y sin embargo ahí estamos, creyendo fielmente en cualquier cosa con tal de que la responsabilidad no recaiga en nuestro hombro.

Desde hace ya una semana que escribo mentalmente, procurando olvidar el frío que hace mientras llega el autobús  No es por nada pero... tenía buen material. Y lo único que recuerdo es la triste frase con la que he empezado esta triste entrada. No recuerdo si significa algo o qué... Y he terminado por escribir esto, que sí que no tiene significado, por no escribir siempre de lo mismo. Y me ha salido mal... pero oye, yo lo intento.

Karen.

lunes, 22 de octubre de 2012

No vas a tener una vida en tu puta casa.

¿Cómo va el rollo ese de vivir? me pregunté mientras me quemaba los labios apurando lo último de mi cigarro mal liado. Tuve que liarme otro mientras meditaba la pregunta. Y, al girar la ruedecita del mechero, empecé a divagar buscando alguna respuesta no tan absurda. Lo primero que se me vino a la mente fue que estaría bastante bien encontrar una buena respuesta, y que debería ponerme a estudiar en este mismo instante. Seguidamente decidí no escribir sobre esto. Lo mejor será que deje de poner por escrito todo lo que pienso, me repetí cuatro veces al ritmo de las caladas. Y para cuando me quise dar cuenta, me había fumado el segundo cigarro antes de llegar a alguna conclusión. Quizás lo único que necesitaba era una buena jarra de cerveza, o quizás algo un poco más fuerte (o mucho). 
Luego pasaron unos cuantos minutos en los que, asombrosamente, no pensé en nada. En nada de verdad. ¡Oh, es increíble! Es como olvidarte de todo, de que respiras, de que tienes un cigarro entre tus dedos, de la gente que pasa por la acera de enfrente, de todas las canciones que has oído esa mañana. Es olvidarte de qué hora es, de dónde estás, de con quién y de cómo. Se trata de ocupar un espacio-tiempo y olvidar que eres humano. 
Pero claro, regresas a ese frío banco y te frotas las manos en un tímido intento por entrar en calor. Abres el libro por la página en la que habías dejado de leer y olvidas aquella pregunta estúpida que te habías hecho.

Karen.

lunes, 15 de octubre de 2012

Tengo una meta y varias metadonas.

Necesito un abrazo. Es así de simple, así de básico e instintivo. ¡Un abrazo! Sin florituras, ni hojarasca, ni adornos de navidad. Necesito un abrigo y guantes a medida.
Y mientras espero a las rebajas de invierno, tengo un plan. No es un plan demasiado efectivo -desde luego que no pagaría por él- tiene multitud de defectos y de efectos secundarios perjudiciales, pero... Necesitaba un plan, y sólo tenían ese. (Ahora entiendo por qué nadie lo compra).
Mi plan es simple, consta de una sola acción. Pero la acción es complicada. El punto es que mi plan necesitaba un abrazo, y yo se lo he dado.
Entre otras cosas, tengo nitroglicerina para el resfriado. Y aunque suene absurdo, funciona. Y aunque lo que escribo nunca tenga sentido más allá de las conexiones gramaticales y aunque probablemente sólo yo me entienda... ¡Feliz verano!

Karen.

viernes, 12 de octubre de 2012

Serendipity.

Entonces aparece alguien más infeliz que tú, y te sientes mal por haber creído que no eras feliz, por haber gastado tiempo y neuronas,  por haberte dejado las pelas en el bar de la esquina, por hacer llorar la guitarra y por... bueno, en fin, por creer que la luna era de queso.
Pero no puedes evitarlo, y sigues llorando.

Y mientras eso, se te ocurren miles de hipótesis inútiles. Intentas desesperadamente no olvidar ninguna de ellas mientras te las ingenias para diseñar experimentos que corroboren por lo menos alguna de tus ideas. De pensar en tantas cosas a la vez, acabaste por rendirle cuentas al sueño. Y pf, la verdad es que debería ser al revés.

Luego todo se va a la mierda.

Entonces aparece alguien por sorpresa. La verdad es que no tienes ni puta idea de quién es, pero llegó justo cuando debía... y eso no puede ser casualidad. ¿No?

Karen.


viernes, 5 de octubre de 2012

Habituación.

Tengo demasiado sueño como para escribir, pero desde hace días que... Demasiadas ganas de ir a dormir, pero me da miedo que...
Y ya no tengo demasiado de nada más. Pero tengo un poquito de paciencia, de sonrisas cuando estoy triste, de cerveza en mi nevera, un poquito de libertad y también un poquito de ganas de tener más. ¡Ah! y a veces tengo (hmmm) mucho ruido.
Tengo un nunca atorado en las neuronas eferentes y nunca hago nada... si no es porque es viernes, es porque es jueves, y si no, porque es miércoles, o martes o lunes. Porque tengo entendido que los sábado y domingos no se hace nada.
Tengo pesadillas para cada momento del día, de la noche, de la madrugada y a veces, de la tarde. Y no es que duerma mucho, ¡qué va!
Tengo nada y todo en el mismo bolsillo. Y si tuviese que elegir, me quedo con tener nada.
Sigo sin saber que escribir... yo sólo espero quedarme dormida antes de empezar a escribir de verdad... Cuando la prosa se hace poesía y las construcciones gramaticales dejan de tener sentido más allá de tú, más allá de yo, más allá de nosotros, de ellos, de vosotros. Cuando al final de cada fase no sabes qué más decir, porque ya lo has dicho todo, aunque sigues con esa estúpida sensación de que estás perdiendo el tiempo, porque... bueno, porque en verdad no has dicho nada.
Tengo prozac, por si me olvido de ser feliz.

Karen.

¡Vaya por Dios! Siempre escribiendo de lo mismo, eh.