¿Cómo va el rollo ese de vivir? me pregunté mientras me quemaba los labios apurando lo último de mi cigarro mal liado. Tuve que liarme otro mientras meditaba la pregunta. Y, al girar la ruedecita del mechero, empecé a divagar buscando alguna respuesta no tan absurda. Lo primero que se me vino a la mente fue que estaría bastante bien encontrar una buena respuesta, y que debería ponerme a estudiar en este mismo instante. Seguidamente decidí no escribir sobre esto.
Lo mejor será que deje de poner por escrito todo lo que pienso, me repetí cuatro veces al ritmo de las caladas. Y para cuando me quise dar cuenta, me había fumado el segundo cigarro antes de llegar a alguna conclusión. Quizás lo único que necesitaba era una buena jarra de cerveza, o quizás algo un poco más fuerte (o mucho).
Luego pasaron unos cuantos minutos en los que, asombrosamente, no pensé en nada. En nada de verdad. ¡Oh, es increíble! Es como olvidarte de todo, de que respiras, de que tienes un cigarro entre tus dedos, de la gente que pasa por la acera de enfrente, de todas las canciones que has oído esa mañana. Es olvidarte de qué hora es, de dónde estás, de con quién y de cómo. Se trata de ocupar un espacio-tiempo y olvidar que eres humano.
Pero claro, regresas a ese frío banco y te frotas las manos en un tímido intento por entrar en calor. Abres el libro por la página en la que habías dejado de leer y olvidas aquella pregunta estúpida que te habías hecho.
Karen.
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