Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

sábado, 30 de noviembre de 2013

La sal de las aceras en invierno.

La decadencia de algunas cosas no se manifiesta hasta que mueren 
cuando se nacen cenizas y los ojos empiezan a arder 
cuando ya 
es demasiado tarde. 

Cuando ocurre... El mundo se acaba, las estrellas colisionan en gigantes y ruidosos fuegos artificiales, los peces del mar se quedan sin sal, el sol se muere de tristeza, y tú también. Quizás no ocurra exactamente así, quizás sea peor. Quizás no pase nada y simplemente observes cómo va desapareciendo lo que un día te importó tanto, para luego recoger las cenizas y esparcirlas en tu habitación. 

La decadencia  también es una forma de vida
si es que acaso hay varias formas de vivir.
No sé.
Sólo estoy segura de que para morir tenemos muchas opciones
y todas ellas son triunfo de la decadencia.

De pie en el andén 
muerta de frío por dentro y por fuera 
me río de mí misma porque sé que si empiezo a llorar, no habrá nadie que me obligue a parar.

El invierno es odioso; con sus calles mojadas, sus noches eternas y su estúpido frío infernal que hace que te olvides hasta del frío que hay en sus ojos. Montones de gente sonriendo cuando ven nevar -como si nunca hubiesen visto la lluvia-, odioso; bastante odioso. Pero tiene su encanto, lo reconozco. 
El vaho es una cosa fascinante, ¡te delata los suspiros!, te incita a escribir sobre calles desiertas y heladas a las tres y cuarto de la mañana, y... no sé, ¿os apetece un whisky doble sin hielo?
Me gusta el invierno, sí. Me recuerda que el verano ya pasó, que sobreviví a mí misma otra vez. 

Y quizás
lo que más me gusta del estúpido invierno
es lo que me cuenta la sal 
de las aceras de Madrid.

Karen.

martes, 26 de noviembre de 2013

Tendencias suicidas.

Siento la inmensa necesidad de escribir. Odio cuando pasa.
Estaba haciendo no sé qué cosa en no recuerdo qué lugar, pero sé que pensé en un par de líneas que debía escribir. Cuando quise escribirlas ya se me habían olvidado; era demasiado tarde... Ocurre lo mismo que con el té que olvido que me he servido y acabo bebiendo igualmente -frío-, que resume mi vida.
Pero ocurrió otra cosa.
Estaba en el coche con Extremo a un volumen considerable, llego a una rotonda sin intenciones de parar (joder, qué pereza darle al freno). Veo coches con paso preferente entrando en la rotonda, muchos muchos coches, con luces molestas y... Pienso que no quiero frenar, que quiero seguir adelante y entrar en la rotonda. Pienso que estoy en mi derecho, y piso el acelerador. Entonces tengo un insight del copón. Sé que no fui yo, que alguien frenó por mí. Me detuve en seco pocos centímetros más allá de la línea del ceda el paso y me sentí como se sintió el suicida que falló en su dosis y se despertó con vida -y solo- a la mañana siguiente.
Y ya está, tampoco fue nada extraordinario. Nada es extraordinario.
Quizás mañana no deba coger el coche. No quiero morir; o al menos eso me digo a mi misma cuando me pasan este tipo de cosas. A menudo, sí.

Sigo pensando que aquellas líneas eran realmente buenas, porque sé que lo eran. Desearía recordarlas y borrar todo lo anterior. Empezaría de nuevo, escribiendo: hace unos minutos sabía que tenía algo que escribir pero era incapaz de recordar el qué, entonces os conté una estúpida historia sobre yo queriendo morir...
Miento.
Si ahora mismo recordara dichas líneas, no las escribiría. Algunas cosas pierden su magia cuando salen a la luz, porque lo mágico de algunas cosas es no saber qué cosas son. Por eso me gusta pensar en ti, en que dices eso y aquello, en que te grito y hago que llores... en que te beso yo la primera -como nunca hice-; pero no me atrevo a mezclar verdad con ficción, porque la magia que tiene lo que sé que no pasará, desaparecería... y no sentiría nada haciendo lo que imaginé hacer.

Tengo que empezar a vivir para mi misma.
Karen.



domingo, 24 de noviembre de 2013

"Todo el mundo fantasea con una muerte dramática."

A veces quisiera morir y hacerme invisible. Quisiera ver qué haríais sin mí, ver acaso si el mundo cambiaría. Por supuesto, moriría de forma dramática, con muchas sirenas y luces rojas y azules por doquier. Moriría ipso facto y sin sentir a penas nada, aunque deberá parecer que sufrí mogollón (¡eso de las apariencias me lo llevo hasta la muerte!). Tan espectacular que mueva masas, que haga llorar a los más insensibles ¡joder!, que me haga sentirme orgullosa hasta de mi propia muerte, y que... no sé, podrían hacer una peli. Un par de canciones, quizás un libro. Y por qué no, incluirme en los libro de texto sobre Historia Contemporánea. Un lugar en el Reina Sofía me haría mucha ilusión; y que vayáis a verme cada semana, recordando las cosas insignificantes que hice mientras vivía y que han cobrado importancia por el simple hecho de haber muerto dramáticamente. No sé, pedir es gratis.
A veces quisiera morir, por el simple hecho de morir y sentir algo diferente a lo que siento cada día.

Pero bueno, supongo que moriré de vieja
en mi cama para uno
arrepintiéndome aún por todas las cosas que no hice
y por no haber tenido nunca
una muerte dramática.
Karen.

sábado, 16 de noviembre de 2013

"Cuando no es posible ser feliz..."

Probé con etílicos y amarillos, autoayuda, yoga y meditación. Lo intenté con el peligro y contigo. Me arriesgué jugando a ver qué pasaba y perdí. ¡Lo hice todo! -no lo que debería-. Y quizás por eso ya no me queda absolutamente nada que sentir.
Tengo un escorpión ataráxico bajo la piel que me cuenta de cuando tenía alma, de cuando sentía y se emocionaba con cualquier estupidez… Me dice que no está tan mal, que uno se acostumbra a ello. Por no tener, no tiene esperanza (ni nada que perder); sabe que nunca tendrá pesadillas, ni sueños por los que morirse. Pero sé que me ha mentido.
Probaré con lo que sea. Haré cualquier cosa que no quiera hacer, me moriré de miedo y me pondré en situaciones peligrosas; me haré llorar. Porque… he sido de tantas formas, que ya no sé cómo me gusto menos.
Lo probé todo, hasta rendirme –que es lo que mejor se me da-.

El silencio no existe, pero a veces aparece
y, joder, es un cabrón.


Karen.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cuando preguntas que por qué te quise.

Si lo supiera hubiera dejado de quererte, y habría sido feliz -o quizás el mundo ahora fuese un poco más triste- no sé. Si lo supiera, se descubriría el truco al final del espectáculo y la historia dejaría de tener la magia que tienen esas cosas que aunque no existan... Y si de verdad lo supiera, ¿qué más da? 
Cuando preguntas que por qué te quise, te respondo que si necesito un motivo para querer, nada merece la pena. Que si tengo que pensar, me crecen ruinas y todo se muere -menos yo-, porque soy el témpano de hielo que sobrevive al verano -hasta que me cogen de la mano-. ¡Soy ataraxia!, pero sólo por fuera. 
Tú sigue preguntando cosas estúpidas, que yo seguiré escribiendo lo correspondiente.
Pero... ¿sabes?
Nunca me preguntas que por qué te odié.

Karen.

domingo, 3 de noviembre de 2013

nada

No quiero ponerme a escribir, porque escribir es sinónimo de todo lo que odio (pero también, de todo lo que más he querido). Y sin embargo, ¡me apetece tanto!

Tras la primera línea pienso que aun estoy a tiempo de parar, porque sé que cuando lleve medio párrafo no habrá quién me detenga y... joder, me encantaría que me detuvieses. Tras la segunda -y la tercera y la cuarta- me olvido de pensar (cómo si de verdad pudiera hacerlo) y siento cosas que seguro que son ilegales.
Fuera, a la luna se le ve el ombligo, suena la estúpida canción que nunca debí escuchar, y a lo lejos -aunque no tanto- alguien grita que fue culpa mía.

No quiero, porque hacerlo significa que sigues ganando a pesar de que abandoné la partida justo cuando empecé a creerme que iba ganando yo. Y no es justo; pero sigo escribiendo porque es como si, al hacerlo, te pusiese en jaque mate sólo con un peón de mierda.
Dentro, nada nos hacía más felices que un montón de canciones tristes, una maleta sin equipaje, y un saber que la mejor decisión es la que nunca se toma.

Tras todo esto... Las malas costumbres empezaron siendo buenas.
De ti me quedo (porque quiero) con lo único que merece la pena: nada, y las ganas de escribir.

Karen.