Éramos
tú, yo y nosotros. Tres en dos cuerpos, cuatro ojos que se huían y nada al
mismo tiempo.
Por
circunstancias irrelevantes, acabé frecuentando ese café que hacía esquina con
la calle en la que ese señor casi ciego y curtido de años, tocaba siempre aquel
vals infinito.
Por
circunstancias relevantes, un día escuché de ti; algo sobre un tipo que se
quedó sin trabajo.
Entonces
un día –no me preguntes cómo ni por qué- supe que eras tú cuando entraste por
la puerta del café, frotándote las manos y maldiciendo al tiempo.
Yo
estaba sola, tú pediste una cerveza y tu colega el dueño del bar te dio
conversación.
El
sonido del aletear de los pájaros del documental que pasaban por la tele, el
toser de la cafetera con jubilación caducada, la corriente de aire frío al
abrir y cerrarse las puertas, las cucharitas del café revolviendo el azúcar,
las conversaciones triviales de a diario, alguna risa, las gotitas de lluvia
estrellándose contra el cristal, el crujir de esas galletas, el rítmico pasar
de las hojas del periódico, el golpeteo de los dedos en la mesa de aquel chaval
sumido en su música…. Y yo estaba sola, y tú parecía que también.
El
tiempo saltaba de día en día por las hojas del calendario; cual rayuela. Y no sé qué pasó, ni si fue el destino o la
casualidad… quizás fue el lazo invisible que me ataba a ti, pero me acerqué y
empecé a necesitar olvidarte antes de conocerte.
No
era demasiado tarde, pero en el cielo bailaba la Luna; y quizás fue por eso que
nunca nos abandonó, y que cada vez que la veo, te veo y nos veo.
No
recuerdo quién pronunció la primera palabra; tampoco recuerdo cuál fue. Recuerdo
el temblor de las manos y el miedo acojonante que se me metía hasta en los
huesos, que crujían y chillaban a cada paso. Quizás ahora te parezca una
estupidez -¡cosas de niñas!-, y puede que pienses que exagero. O quizás pienses
como yo y digas ¿cómo es que sentías todo
eso antes de que nada pasase, y cómo es que cuando todo pasó dejaste de
sentirlo? Tenía y aun tengo muchas preguntas, pero ya no necesito conocer
las respuestas; y esa es la parte triste de toda esta historia.
Con
el vértigo como bandera me senté a tu lado, guardé silencio y esperé; esperé
mucho. De cuando en vez te girabas y me clavabas los ojos… era sólo un segundo,
quizás menos, pero recuerdo muy bien la sensación que me dejabas en cuanto apartabas
la mirada: era como si estuviese en medio del Mediterráneo a pleno enero.
Se
me hizo costumbre sentarme a tu lado y dejar que el tiempo hiciese lo suyo:
pasar. Y anda que si pasó.
Karen.
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