Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

domingo, 28 de octubre de 2012

Café para cenar.


Éramos tú, yo y nosotros. Tres en dos cuerpos, cuatro ojos que se huían y nada al mismo tiempo.
Por circunstancias irrelevantes, acabé frecuentando ese café que hacía esquina con la calle en la que ese señor casi ciego y curtido de años, tocaba siempre aquel vals infinito.
Por circunstancias relevantes, un día escuché de ti; algo sobre un tipo que se quedó sin trabajo.
Entonces un día –no me preguntes cómo ni por qué- supe que eras tú cuando entraste por la puerta del café, frotándote las manos y maldiciendo al tiempo.
Yo estaba sola, tú pediste una cerveza y tu colega el dueño del bar te dio conversación.
El sonido del aletear de los pájaros del documental que pasaban por la tele, el toser de la cafetera con jubilación caducada, la corriente de aire frío al abrir y cerrarse las puertas, las cucharitas del café revolviendo el azúcar, las conversaciones triviales de a diario, alguna risa, las gotitas de lluvia estrellándose contra el cristal, el crujir de esas galletas, el rítmico pasar de las hojas del periódico, el golpeteo de los dedos en la mesa de aquel chaval sumido en su música…. Y yo estaba sola, y tú parecía que también.
El tiempo saltaba de día en día por las hojas del calendario; cual rayuela.  Y no sé qué pasó, ni si fue el destino o la casualidad… quizás fue el lazo invisible que me ataba a ti, pero me acerqué y empecé a necesitar olvidarte antes de conocerte.
No era demasiado tarde, pero en el cielo bailaba la Luna; y quizás fue por eso que nunca nos abandonó, y que cada vez que la veo, te veo y nos veo.
No recuerdo quién pronunció la primera palabra; tampoco recuerdo cuál fue. Recuerdo el temblor de las manos y el miedo acojonante que se me metía hasta en los huesos, que crujían y chillaban a cada paso. Quizás ahora te parezca una estupidez -¡cosas de niñas!-, y puede que pienses que exagero. O quizás pienses como yo y digas ¿cómo es que sentías todo eso antes de que nada pasase, y cómo es que cuando todo pasó dejaste de sentirlo? Tenía y aun tengo muchas preguntas, pero ya no necesito conocer las respuestas; y esa es la parte triste de toda esta historia.
Con el vértigo como bandera me senté a tu lado, guardé silencio y esperé; esperé mucho. De cuando en vez te girabas y me clavabas los ojos… era sólo un segundo, quizás menos, pero recuerdo muy bien la sensación que me dejabas en cuanto apartabas la mirada: era como si estuviese en medio del Mediterráneo a pleno enero.
Se me hizo costumbre sentarme a tu lado y dejar que el tiempo hiciese lo suyo: pasar. Y anda que si pasó.

Karen. 

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