Cada martes y jueves por la noche, en la postura de la
vela, haciendo ustrasana, o el simple siddhasana, cuando se supone que no debo
pensar, se me ocurren miles de formas de poner por escrito el revoltijo de
cosas que me rondan día sí y día también. Recuerdo lo que sé que no debe ser
recordado y olvido lo que tengo que recordar -¡vaya!- y me apetece escribir
sobre ello, sobre lo que se siente cuando tienes que moverte de formas
ridículas y sobre lo que imagino que piensan los demás presentes. La rubia
seguro que está pensando en cómo tirarse al profesor. La mujer del tatuaje de
la clave de sol estará pensando, seguramente, en su dolor de espaldas. El que
tiene la misma esterilla azul que yo… aún no acabo de imaginarme qué podrá
estar pensando, pero sé que lo hace. El señor que siempre va en pantalones
cortos y nos vende naranjas seguro que no está pensando en nada, y es de
admirar; es el único que se lo toma en serio, inspira y espira justo cuando hay
que hacerlo y nunca abre los ojos si no es estrictamente necesario. Invertimos
tiempo y cuarenta euros mensuales para escuchar y hacer oídos sordos; no
entiendo por qué.
Al principio, mis palabras favoritas eran, sin duda, “preparaos
para el relax final”, porque podía dejar de pretender que cuando hay que bajar
en chaturanga, lo disfruto. Ahora mis palabras favoritas son diferentes cada
día y procuro que no se me olviden jamás.
Cuando entiendes que la mente también necesita que la
cuiden, empiezas a preocuparte y te tomas en serio las palabras de un señor que
no te conoce, pero joder… Qué razón tiene a veces.
Karen.
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