Sucede la típica huída del tímido sol, cuando la luna, alegre y extravagante, hace acto de presencia. Siente tanta vergüenza ante tal acumulación de perfecciones que su piel se colorea de un fulgurante rosado. Poco a poco va bajando la mirada, sintiendo que, a cada soplo de viento que las nubes la acercaban, se hacía cada vez más y más insignificante. Sol, que tenía fama de rey, de alegrar días de primavera, de descongelar helados corazones, de ser Felicidad, y de ser arrogante en toda su grandeza y redondez, se sentía pequeño ante ella.
Luna, sabiendo los colores que provoca en Sol, quiere (unos días y otros muchos no) pintarse de amarillos románticos y, haciéndose la tímida, mirar por entre las nubes. Como otros muchos no: a veces, se hace la dormida y lo escucha reír. Y a veces se hace la misteriosa, y sólo le muestra su lado más bonito (Sol sabe que los dos, lo son). Luna, que no es tan fría ni perfecta como cree Sol, cuando quiere llorar, nos da la espalda y se hace llamar Nueva. Pero, haga lo que haga ella, Sol siempre se termina por ir, lo puede su belleza; y tímido: huye entre sus calores. Le deja el cielo (inmenso y con estrellitas incluidas) para que esté cómoda y lo embellezca con su presencia. Él no quiere estropearlo con sus punzantes rayos de luz, que evocan al ruido y al desorden. Él quiere que sus pequeños rayitos brillantes atraviesen las nubes y lo saluden desde arriba.
En su huída, cuando por fin desaparece del todo por entre los finales del oeste, y se esconde bajo el horizonte… sueña que el día no llegará, y que ella, hermosa, en su cielo siempre va a estar.
-Karen Acuña-
Entonces el sol se pone, Karen.
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