Pero ni soy princesa, ni ninguna de esas preciosas canciones son para mí -aunque me gustaría-. En realidad soy la mala del cuento, la bruja de uñas largas, pantalones ajustados y hierro en las mejillas. Soy la que tuvo su momento de gloria y al final se queda sola viendo como el príncipe se va, a lomos de un caballo blanco, con su princesa. Me pondré mis zapatos de tacón y encenderé un canutillo mientras los veo marchar.
No me preocupa no ser la princesa, siempre y cuando sepa ser la más mala de todas las brujas y no cometa el error de probar la manzana a la que yo misma he echado cicuta.
Ser mala tiene sus ventajas. La gente no espera nada de ti, así que da igual que hagas las cosas mal o te pases en la dosis de veneno. Da igual...¡porque te odian! A nadie le importa lo que le pasa a los villanos, son la escoria, el obstáculo entre los amantes, la mierda cantante y danzante, porque las brujas no tenemos ni sentimientos ni corazón, ¿no?
¿Nadie ha pensado que tal vez los malos seamos así porque fuimos buenos una vez y alguien fue malo con nosotros?
Es venganza. No queremos compasión, queremos la justicia por nuestra mano. Queremos que por una vez en la historia el príncipe se quede con la bruja, coman perdices y sean felices en un piso del centro de Madrid, lleno de niños con piruletas y caballitos de cartón. Mientras de fondo suena Sabina y lloramos un poquito.
Karen.
Todo villano es el héroe de su propia historia. Cuestión de perspectivas.
ResponderEliminar