Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Cuando cierran los bares.

Era él el único dragón que quedaba por aquellos lugares alejados. Portaba él unos grandes ojos escurridizos, que capturaban hasta a la más pequeña de las orugas. Un andar pesado y singular lo caracterizaba.
Las horas pasaba entre figuras que el humo dibujaba para él. De a ratos, iba al bar a escupir algún que otro fuego y echar unas risas con el dueño.
Entre alcoholes inflamables e interminables caladas, estos dos hablaban…

-          Ya no sé qué hacer, amigo – se quejaba este dragón. – A veces siento que no estoy.
-          No te comprendo, pero eso es lo de menos. Háblame de cómo te sientes. - Rellenó el vaso con otro licor. – Bebe y empieza a hablar.
-          ¿Quieres que te aburra con mis penas? – Dijo en medio de un círculo de humo.
-          Así me olvido de las mías.
-          Cada vez que la veo pasar… – suspira – desaparezco.
Dragón alzó la vista al oscuro techo de aquella taberna, recordó sus ojos y resopló el humo de su última calada. Entonces continuó:
-          Pero soy un dragón… un dragón que no tiene nada de valiente, que he sobrevivido porque ningún príncipe me quiso a su lado para luchar. – Se entristeció y varios tragos seguidos, bebió.
-          Pero estás vivo.
-          Yo no estoy tan seguro, amigo mío.
-          Nunca podremos estar seguros de nada. – Se puso en pie y cogió una botella más.
-          ¿Qué puedo hacer entonces? – gimoteó, este pequeño dragón.
-          Viejo amigo, tiene usted un problema.
-          Sí. ¡Está aquí! – Se golpea fuerte en el pecho, exprimiendo una lagrimilla. – Y no me lo puedo quitar… - Apoya su vaso vacío en la barra – Otra copa, colega.
-          ¿Sueñas? – le pregunta su buen amigo, tras servirle otra más, está vez de coñac: unos 40º de puro desamor.
-          ¿Qué si sueño? ¡Cada día! – respondió. – Una vez soñé que me abrazaba, entonces empezaba a llover y ella lloraba – suelta una carcajada - ¡Me decía que el pelo se le estropeaba!
Con una mezcla de tristeza y alegría, Dragón seguía bebiendo y recordando. Así pasó un pequeño ratito más. El dueño, su amigo y compañero de bebidas, veía estrellitas bailando a lo largo de la barra, entre las copas y subiendo por las paredes. Le regalaba risas a su amigo, que de amores estaba dolido.
-          Creo, mi pequeño dragón, que ya es suficiente por hoy – dijo vaciando la última gota de ron que quedaba en su copa.
-          ¡No! Aún pienso en ella, aún sé que no está aquí, aún sé que no estará… ¡Deseo no saber, fumando y bebiendo con el sol amanecer! Y que en al despertar, me encuentre con ella en otro sueño – suspiró.
-          Déjalo ya… - sintió dolor. Su amigo: era un alma en pena.
Dragón negó, negó, y volvió a negar. Sujetó muy fuerte su botella (ya no se molestaba en servir el alcohol en el vaso) y, aprisionando contra sus labios, hasta la última gota evaporó.
-          ¡Vamos a su casa! – sugirió, de pronto, muy animado.
-          ¿Y qué harás? – quiso saber su amigo.
-          No sé – parecía que pensaba, mientras se ponía en pie para salir del bar. - ¿Y si le canto alguna canción? ¿Y si le declaro todo mi amor? ¿Y si le llevo flores y bombones? – reía, mientras bailaba al ritmo de la música que en su cabeza sonaba. – Puedo volar hasta su ventana y hacerle muecas para que se ría – sonrió, el temeroso dragón, como un bobo hasta arriba de alcohol.
Ambos amigos, riendo, se fueron saltando por entre aquellos lugares… entre canciones de viejos bares.

A la mañana siguiente, despertaron en algún rincón. En ese estado, Dragón no supo llegar a su dirección…
Estando bien, ahora que lo pensaba mejor: no era buena idea lo que el alcohol le había sugerido, mejor se iba a su cueva, a mirar el techo y a soñar (que es mucho más fácil) 
-Karen Acuña-  

¿ Habéis sido dragones alguna vez?, Karen. 

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