Calle desierta. Frío. Diminutas gotas caen del nublado cielo. Luna y tenues farolas iluminan el rincón donde dos se miran fijamente. Él y Ella.
Él: un tipo tranquilo, de lo más normal. De muchas palabras y enorme sonrisa.
Ella: de pequeña siempre deseó que un trocito de Luna apareciese en su habitación.
En una escala del 1 al inconsciente, estos dos se encontraban en un perfecto 7.
Latas vacías decoraban su alrededor. Sentados uno en frente de otro; recostando la espalda sobre cada pared. Al respirar, el vapor salía como si de una locomotora se tratase; pero no sentían el frío, el rubor coloreaba sus mejillas.
- Tendríamos que irnos – dijo ella.
- Siempre quieres irte.
- Es lo más conveniente.
- ¿Huir?
- No. Dejar los pies en el suelo.
- ¿No te gustaría volar?
*Silencio*
- ¿No te gustaría sentir el filo del viento mientras caes, mientras atraviesas las nubes? – continuó él.
- Prefiero soñar que lo hago.
- Algún día te cansarás de soñar.
- Lo dudo.
- Siempre dudas de todo.
- Dudar siempre es la mejor opción.
- ¿Estás segura de que estás viva? – soltó.
Ella se acercó, recostó su espalda en la misma pared que él, a su lado, hombro con hombro. Le cogió la mano y la llevó a su pecho.
- Me late el corazón – afirmó ella.
- Quizás no son latidos. Puede que sea el movimiento del aire al entrar y salir.
Lo suelta, regresa a su pared. Guarda silencio. Nunca se le dio bien eso de hablar.
Él dio un largo trago a esa botella de Jack Daniel’s. Se la tendió a ella, que bebió, bebió y bebió.
- Me gusta cuando haces como que te enfadas.
*Silencio*
Una sonrisa se escapa por entre los labios de ella; él lo nota.
- Me gustas despeinada. Y si no lo hace el viento, lo haré yo.
Se acerca a ella, le revuelve el pelo. Suenan risas. Y ya, tumbados en el frío del suelo, miran hacia el nublado cielo sin estrellas.
- Imaginemos que hay estrellas – dice ella.
*Cierra los ojos, se gira, y la mira… muy muy cerca*
- Era una estrella fugaz.
- ¿Qué has pedido?
- Es un secreto – la rodea con un brazo, mientras sonríen, cómplices.
- Si supieses detener el tiempo, te pediría que lo hicieras ahora mismo – dijo él
- Lo haría.
- Deberías aprender.
Despegaron del suelo y acabaron con ese Jack Daniel’s. La risa se colaba entre las palabras y la visión ya les fallaba. La temperatura caía en picado.
Abrazados, pecho y espalda, casi sueñan.
- No te duermas – dijo él.
Ella echó hacia atrás su cabeza, mirando su cuello desde abajo… subió un centímetro y le dejó un beso. Él sonrió y la abrazó más contra sí.
- Ya no sé cómo acabamos aquí – dijo ella.
- ¿Importa?
- No.
-Karen Acuña-
Bueno, eso, Karen.
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