Entra sin prisa, como quien
llega del lugar que añorará.
De
pronto azul.
De
pronto cielo cubierto.
Y
mi pecho, todo abierto.
Sucede
sin prisas y desobedece a contrareloj.
Le
da igual lo que piensen las primaveras
Y
a las nubes les hace goteras.
De
pronto silencio. Silencio de filo
De
sentimientos contraído.
Llega
con todo. Con sus blancos brillantes (dispuestos a ser marrones), con su viento
eriza pieles, con su frío de abrazos mañaneros, y, por supuesto… con sus
copitos todos diferentes que bailan en el aire y se mezclan con tu pelo.
Entonces
se va.
Sale
el Sol tempranito
Y
me calienta un poquito.
Pero
nada. Está acomodado. Se ha instalado a mi alrededor y parece que irse no está
dentro de sus planes.
Me
está lloviendo a ríos
Y
regresan los fríos.
Se
me alzan los brazos en busca de abrazos
Y
se topan con el cielo raso
Que
hace las veces de techo
Para
mi corazón maltrecho.
No
busco calores, ni soles radiantes que derritan chocolates. Tampoco quiero
madrugadas sin almohadas. No veo horizontes cercanos, y lo más lejos que he
estado de ti, ha sido siempre. No busco montañas que escalar, ni ríos que
cruzar. No quiero ir a la playa, no me gusta la arena. Quiero. Quiero. Y sólo
quiero.
Pero
así como eso, tampoco quiero invierno.
No
quiero palabras congeladas en los ojos, es que no busco más problemas. No
quiero perder lo que logré descongelar. Pero quiero. Quiero. Y sólo quiero.
Sólo
quiero noches de otoño.
Que
las hojas se suiciden,
Como
cuando el 2 se divide
Y
pasear sin huecos en las manos
Por
caminos que no sean planos.
Quiero.
A
mi invierno acomodado doy la bienvenida. Ya que estás, quédate bien.
Acomódate ahí, corazón, Karen.