¡QUÉ
NO EXISTE! No, no, ya sé lo que estás pensando… que sí existe, que en qué estoy
pensando, que cómo se me ocurre, ¿acaso no lo veo?
El
rosa de los cuentos, de las mejillas cuando hay calor, de la sonrisa sin motivo.
Sólo
existe el rosa de mis calcetines.
Nihilismo
y me sumerjo. ¿Dónde diablos estoy? No importa, no importa nada porque nada
existe, porque el cielo es de espuma y el suelo de cerveza. Palabras que viajan
en aviones de papel, que se ahogan con el humo de los coches y disfrutan cuando
no existen: odiosas. Perras negras,
como diría Julio. Y el Paco Ortega… todos los días aumento la lista de las cosas
que no hablo nunca. Pero así. ES ASÍ. Punto y final.
Y
no, no espero que esto tenga el más mínimo sentido. ¿A vosotros qué os importa?
Iros a mezclar rojo y blanco, a ver qué os sale.
Sospecho
que el techo de mi habitación nunca está en el mismo sitio. Interrogante. (Es
analogía, metáfora, palabras escondidas. Y la gracia está en que no te lo voy a
explicar.) Pero… ¡Ay, mi techo! Agrietado y con goteras, cascadas de agua
cuando llueve. Se cuelan tormentas, pájaros, rayos y centellas, café frío,
mañanas de lunes, silencios incómodos, sonrisas tuyas; y cuando hace sol,
entran también algunos rayitos de luz que calientan el corazón. Mi techo es
rosa. Pero el rosa ya no existe. Es un color descatalogado.
¡Que se muera Paris y sus
rincones!
El rosa es la no-realidad, Karen.
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