Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

martes, 18 de octubre de 2011

La habitación del pomo azul.


No necesariamente yo, pero iba. Vestía… ¿qué vestía? Da lo mismo (pequeñeces). Era mayor, y eso es un dato que considero importante.
Sabía que nunca era la respuesta, pero jamás encontré la pregunta.

Bueno… iba. Iba y el camino era liso. Liso parqué, lago congelado, pista de bolos, liso. ¡Aún no sé cómo no me caí! No, pero sí lo sé. No me caí porque no quise caerme. Pero… el mero hecho de estar ahí significaba que ya me había caído.
Entonces, iba. Andaba por un largo y ancho pasillo… algo así como una carretera sin coches, sin cielo azul ni nubes, sin paisajes que van corriendo y se alejan de ti (así como tú te alejas de mí. Conclusión: eres mi camino)…. Como una carretera dentro de una caja de zapatos.

Ya sé lo que te estás imaginando. ¡Típico de la gente! No. No. No. No estaba oscuro. Había mucha luz; tanta, que me cegaba. Sentía que los ojos también se me caían, que el norte era el sur, que lo profundo estaba al alcance de mis manos y que ya no habían paredes. Era como volar en vertical, sintiendo la seguridad de un suelo bajo los pies.  
Qué extraño. Sentía que me quitaban algo, pero me sentía bien. Libre, dicen por ahí.
No. No. No. No, tampoco llegué a ningún lado, porque fue entonces (¡cuando más así me sentía!) cuando el suelo se abrió y caí a otro sitio. Realidad.
Mi colchón, como tantas otras veces, me hizo las veces de nubes y no me dolió tanto la caída. Desperté. Posé mis calcetines de rayas blancas en un suelo de verdad, observé mis paredes de alrededor y me dispuse a salir de esa habitación con el pomo de la puerta, azul.

No necesariamente yo, tú.

¿Soñáis? Karen.

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