No
necesariamente yo, pero iba. Vestía… ¿qué vestía? Da lo mismo (pequeñeces). Era
mayor, y eso es un dato que considero importante.
Sabía
que nunca era la respuesta, pero jamás encontré la pregunta.
Bueno…
iba. Iba y el camino era liso. Liso parqué, lago congelado, pista de bolos,
liso. ¡Aún no sé cómo no me caí! No, pero sí lo sé. No me caí porque no quise
caerme. Pero… el mero hecho de estar ahí significaba que ya me había caído.
Entonces,
iba. Andaba por un largo y ancho pasillo… algo así como una carretera sin
coches, sin cielo azul ni nubes, sin paisajes que van corriendo y se alejan de
ti (así como tú te alejas de mí. Conclusión: eres mi camino)…. Como una
carretera dentro de una caja de zapatos.
Ya
sé lo que te estás imaginando. ¡Típico de la gente! No. No. No. No estaba
oscuro. Había mucha luz; tanta, que me cegaba. Sentía que los ojos también se
me caían, que el norte era el sur, que lo profundo estaba al alcance de mis
manos y que ya no habían paredes. Era como volar en vertical, sintiendo la
seguridad de un suelo bajo los pies.
Qué
extraño. Sentía que me quitaban algo, pero me sentía bien. Libre, dicen por
ahí.
No.
No. No. No, tampoco llegué a ningún lado, porque fue entonces (¡cuando más así
me sentía!) cuando el suelo se abrió y caí a otro sitio. Realidad.
Mi
colchón, como tantas otras veces, me hizo las veces de nubes y no me dolió
tanto la caída. Desperté. Posé mis calcetines de rayas blancas en un suelo de
verdad, observé mis paredes de alrededor y me dispuse a salir de esa habitación
con el pomo de la puerta, azul.
No
necesariamente yo, tú.
¿Soñáis?
Karen.
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