Mi síndrome de Stendhal se deteriora con rápidez y maldigo el día en que desee no tenerlo. El vértigo a mirar hacia adelante se difumina entre colores alucinógenos y entre el sonido retumbante de mi corazón dándose de bruces contra la pared de mi pecho -cuando se maldecía por su mala suerte-.
Sin el síndrome, aquí todo está demasiado callado. El bumbumbumdedoloresdecabeza lleva bozal en la boca y candado en los párpados -seguridad anti-sueños-.
Viajes imaginarios hacia los picos más altos, cuerdas desafinadas, y recuerdos vagos de funambulistas que tocaban el violín mientras sus monociclos se paseaban de punta a punta. Y todo porque el vértigo se fue con el síndrome.
La confusión sigue ahí, qué pena.
Ahí, bajo las cuerdas. Bajo la epidermis, dentro de los poros y tatuada en los ojos. La confusión de contradicciones e historias inventadas a base de recuerdos que no existían -ni existirán-. La confusión de saberte ahí, de usarte de pronombre en cada frase mal hecha, de no poder sacarte de mis bolsillos.... porque ya los sueños se me quedan pequeños.
Me explico:
Las grietas se dolían y, al morir, me dejaron kilos de baldes de agua fría como herencia. Gracias.
Ya no hay grietas, pero me siento tentada a golpear las fisuras con los rotos de lo que me quede de la botella de whisky que era sólo para mí.
Y mientras lo aguante, gastaré mi reserva de sonrisas bien dibujadas. Usaré reloj para que crean que lo que suena es mi ritmo cardíaco.Fingiré que le tengo miedo a las alturas cuando me quieran subir a alguna nube. Y me daré a las drogas de diseño para seguir alucinando.
Sin síndrome ni causa. Karen.
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