Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

viernes, 2 de marzo de 2012

Siempre llego a la deshora que me marca el corazón.

Lo mío con la paciencia es un odio especial. 
Principalmente, el problema es que tengo demasiada, y ya me estorba. Se me atragantan las verdades y el tiempo me informa que mi plazo se ha terminado: que debo pagar por todos los minutos que rompí. Y rompo a llorar por dentro -sin lágrimas ni gilipolleces de esas que tenéis los humanos.-
Vosotros. Con vuestro amor; con vuestros besos eternos en cualquier rincón. Con vuestras estúpidas palabritas que suenan tan bien... 
No estoy celosa, me alegro por vosotros.¡Cabrones!

Rendirme sin intentarlo es la mejor de mis cualidades. 
Contigo lo intenté, pero sabiendo que de ninguna manera iba a ganar: precisamente por eso perdí. (Al menos eso me digo cuando no puedo dormir.)
Me rindo a lo que tenga que venir; a lo que fue, a lo que pudo venir, a lo que está pasando. En fin, que me rindo.
Asquerosa sensación de fracaso. Las uñas se me clavan al cerrar los puños, pero no siento nada (y me gusta). En realidad no me gusta y he ahí otro problema. Nunca he mentido a nadie más que a mí... y el siguiente problema radica en que mentía ¡tan bien! que me las creía todas y... claro... bueno... ya sabéis. 
Hay alguien ahí fuera esperándome, ¿verdad?
Miente si es necesario... me lo creeré (se me da bien).

Todo esto tiene tintes de arrepentimiento, pero no. 
Todo es ¡taaaaaaaaan! sospechosamente triste. 
Diría que todo se está derrumbando, pero mentiría: nunca construí nada. Es decir, sí lo hice, pero no te avisé de ello. Y he aquí otro problema más.

¿Paciencia? No tengo de eso. 

Nota mental: recuerda tus propósitos. Dirección, precisión, claridad. Karen.

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