Un adiós vestido de equipaje que rueda por las escaleras. Un semáforo en rojo. Una canción que llega tarde. Y un par de zapatos con las suelas desgastadas.
No soy buena para fijarme en todo; a veces no sé en qué año estamos... y me he saltado unas cuantas veces mi estación de tren barrabaja metro. Quizás no es el momento para decirlo pero... vivir no es mi cualidad más brillante (de hecho, dudo que sea una cualidad). Por eso me despido a menudo, no por otra cosa. Y aunque nunca sean despedidas de verdad, algún día podrían serlo.
Me despido de las miles de razones que he ido acumulando sin esfuerzo alguno, porque si ellas no se van, lo haré yo. Me despido especialmente de mi razón número uno, esa que dice "las cosas son lo que parecen".
Efectivamente, las cosas suelen ser lo que parecen, porque ¿qué hace una cosa fingiendo ser otra?
Me despido de las noches en vela, definitivamente no me harán falta. También me despido de todos esos pensamientos que embarcaron en mi vela durante esas mil y una noches en el infierno... Quizás no debí decir infierno, porque no hacía calor.. todo era ceniza y frío, muchísimo frío. No fue tan malo, después de todo... era yo la que regresaba ahí cada noche. Sé que en el fondo me gustaba ir, y siempre me preguntaré el por qué.
Me despido de las luces de neón, de los tacones, de las bolsas de hielo y las botellas. Me despido de ir gastando la vida que no tengo, de ir tropezando con la misma piedra... Aunque de la piedra no me despido, sé que lloraría y que si la dejo tropezaré con otra. Prefiero sujetarla muy fuerte entre mis manos, para no dejarla escapar y así evitar que me haga volver a caer.
Prefiero no tener que despedirme de nada. Prefiero dejar de escribir esto y, sobretodo, prefiero dejar todo en su sitio... y que la inercia mueva la piedra que la gravedad puso en mi camino.
Prefiero decir hasta luego.
Karen.
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