Lo importante es viajar.
"A veces me dan ganas de subir a un autobús y no bajar nunca más."
Quizás suenen violines y empiece de pronto a llover, pero esa frase no pretendía ser aguafiestas. No es melancólica ni nostálgica, ni siquiera quiere llorar. Esa frase está a favor de los caminos unidireccionales. Porque no hay nada mejor que saber hacia dónde vas, tener algo que leer en el camino y hacer un par de paradas para reponer energías y experiencias, sin olvidar hacia dónde vas. Eso es lo importante, saber que las paradas han de ser breves, lo justo para que te de tiempo de hacer algo que puedas contar luego a pies de una bonita chimenea, cuando llegues por fin. No debemos olvidar que la felicidad está en la sala de espera de la felicidad, pero a mí que no me toquen los cojones, si estoy en una sala de espera será porque estoy esperando algo y como mínimo debe ser mejor que lo anterior. Así que vale, de acuerdo, el camino es importante, pero no demasiado. Y este es el error humano más común, darle demasiada importancia al camino (porque alguien lo dijo una vez en la televisión, y debe ser cierto). No. Lo importante es ese momento al que no le dedicaste mucho tiempo; cuando, de pie en medio de tu habitación, pensaste que el medio de transporte era lo de menos y elegiste el primer destino que se te ocurrió (que casualmente, era el más barato). Pero, sea como sea, al final todo el mundo llega.
Incluso hay algunos que se salen del rumbo, y los ves corriendo tras el autobús pidiendo segundas y terceras oportunidades. Esos me caen simpático, y me río de ellos porque una vez me hicieron lo mismo a mí. Rencores a parte, todo el mundo llega.
No sé vosotros, pero yo voy en tren. No sé muy bien por qué pero al menos sí sé a dónde voy.
Karen.
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