A veces recuerdo lo mal que va todo y me pongo muy triste. A veces le doy al bondage y me ato pies y manos con miles de frases que en su momento tenían sentido.
18 días.
Un fantasma borracho se pasea por mi habitación y no me deja en paz. Por las mañanas me despierta gritando su nombre y sale conmigo a trabajar. Me coge de la mano muy fuerte y todo el día anda susurrándome canciones tristes. De noche se lía pitis -con aliño- en un rincón y me mira mientras se coloca. Me sonríe, y pierdo un día más de vida cuando por fin cierro los ojos para dormir.
A veces se pasa con su dosis y me abandona un par de días. Y me siento igual de sola.
18 días.
Si pienso que no es por él, entonces es por mí. Todo el mundo es feliz, y yo me sumerjo entre grumos de soledad, porque me da la puta gana. Algo falla y sólo puedo ser yo.
Siempre que lo recuerdo, voy corriendo en busca de mi fantasma...y antes de empezar, me encuentra él. Me da un abrazo de esos que duelen, y me aparto porque sé que lo que viene después es húmedo y produce insomnio. Pero un abrazo es fácil de recordar, y el insomnio llega de todas maneras.
18 días.
Lo peor es pensar que ni es por ti, ni por mí. La culpa es de alguna fuerza suprema en la que a veces creo y a veces dudo, pero nunca niego. Se me encoge el corazón cuando pienso en la maldita mala suerte que tuve al coger el número perdedor. Entonces empiezo a pensar en cómo excusar a mis ojos cuando mañana por la mañana sean del tamaño de. De.
18 putos días.
Yo creía que una buena razón puede con cualquier cosa, que un motivo importante podría excusar guerras mundiales y perdonar pecados. Así que todo en mi vida tiene una explicación, algunas buenas, algunas malas, pero todas son razonables.
Excepto tú.
18 días, y 17 y 16...
El tiempo es una de esas cosas que no soy capaz de controlar. A veces me da por darme cuenta de que en nada tengo un año menos y que se me acaba el plazo para vivir lo que tenía planeado vivir.
A veces me da por levantar la mirada, y no hay nadie.
Karen.
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