No se puede, sencillamente no se puede.
Amar es bueno y odiar no está tan mal, pero definitivamente ambas a la vez es biológicamente inviable.
Con una canción* como bandera, me declaro en guerra contra mí misma y me preparo para morir. No me despido de nadie -por si acaso- y me lamento por última vez de todo lo que no hice (y de lo que hice en su lugar).
No quería morir así, entre arrepentimiento y ojalás, no quería. Morir tan pronto -a pesar de lo tarde que se me hizo- no era lo que quería. Qué diablos pasó. Me dejé vencer, quizás me dejé querer, sin querer... Qué mierda.
Dicen que entre los millones de personas que hay en este mundo, una está hecha especialmente para ti; lo que no dicen que es tú puedes estar especialmente hecho para alguien que no está hecho para ti. Qué curioso. Y qué absurdo. No quería, de verdad, lo siento. No era el plan, pero estaba claro que iba a pasar, ¿no? Sí, lo sé, hemos cumplido nuestros sueños, me he transformado en flan y tú te has hecho un tirano. ¡No quería morir así! Adiós, adiós.
Y sin embargo, de cuando en cuando vuelvo a la vida, un remolino de temblores me recorren de abajo arriba y me entran ganas de huir, de volverme a morir porque ahí no hay nadie a quien querer.
Mi monstruo del armario tiene ojos bonitos y no causa miedo más que a mí.
Karen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes gritar. O hablar, si lo prefieres.