Este año ha sido una parodia al dilema de Schopenhauer, tres años comprimidos en 12 meses, una lista en reproducción aleatoria, un cóctel molotov los meses pares y una sonrisa a medio hacer.
Ha sido bonito, joder.
No sé cómo ha pasado, y tampoco sé si está bien, pero creo que he llegado a una conclusión. Ha sido este año. Me he hecho a la idea de mi lugar en esta historia; que, aunque ni me agrada ni me disgusta, me hace sentir que formo parte de algo pequeño que un día será algo importante -el título de un libro, o alguna chorrada de esas-. No sé, se siente bastante bien, y a veces también se siente muy mal.
A veces creo que llegué demasiado pronto al final de la historia, que me adelanté muchos años, que llegué antes que tú, que menuda mierda tener que esperar. Pero otras veces creo que nunca he llegado a ningún sitio, que no hay sitio al que llegar y que, simplemente, me mola sufrir. Por eso, el haber llegado a una conclusión y el ponerle un nombre a lo que pasa, hace que respire con un poco más de tranquilidad...
hace que me deje llevar
y que cierre los ojos
antes de cruzar.
Porque, puestos a ahogarnos, que sea en cerveza.
No sé, ni me importa, si el año que viene será mejor. Tampoco importa si este año viene con tormentas, desordenando todo lo que con trabajo y lágrimas me ha costado organizar, ni si de pronto pierdo el rumbo y me encuentro otra vez sin saber muy bien qué coño se supone que tengo que hacer, ni tampoco importa si descubro que la conclusión a la que llegué este año no vale una puta mierda para el siguiente.
No importa, porque este año descubrí
que lo más bonito de mi historia
es que sé cómo acaba
pero no cómo empieza.
Karen.
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