En el balcón del séptimo piso está creciendo cicuta. El vecino del quinto deja caer las colillas de su cigarro de después mientras la ve marchar -a ella- que ni se despidió. En un ataque de celos, el del noveno B dispara contra la pared; y unos dedos temblorosos, al otro lado, marcan al 911. En el último piso las ventanas están abiertas de par en par, dejan que la ardiente se marche lento, lento, y no despiertan para que no se acabe la noche. A las puertas del portal duermen mil sueños, y otros mil flotan entre lo que quedó de la botella. Por las escaleras sube aquel, el que un día juró que por ella nunca se iba a matar... y como un fantasma, se cuela en su habitación. Por la ventana del octavo C se asoman unos ojos tristes, unas ganas infinitas de coger ese tren y el recuerdo embotellado de tres noches a escondidas.
En la ciudad las aceras están mojadas -no ha llovido-, los coches bostezan y las farolas cierran los ojitos. El sol nos invita a cerrar las persianas y.... ¿Y lo que me costó escribir sin usar tu pronombre?
Así, sin más y por nada. Karen.
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