La luna se encuentra en lo alto de la estantería. Siempre he sido bajita, los tacones no me ayudan lo suficiente y ya empiezo a cansarme. Descubro que en lo más bajo de la estantería están esas páginas de libros que jamás entendí (por aquello de la paciencia) y sonrío. Sonrío mucho porque ya las entiendo.
A falta de locura, me busco una cuerda. Con ella intento hacerme una escalera, pero el poker. Lo sé, joder, nunca le caí bien al estúpido azar. Por no seguir jugando, me detengo un momento a ver si hay algo interesante. Cajitas. De colores. ¡Oh, pero si tienen corazones! Pero no; tengo mejores cosas que hacer que ponerme a recordar.

Las cuerdas rotas del quinto estante chillan y lloran desconsoladas mientras la radio del estante de abajo narra el resumen de las noticias del mes.
Me sobresalto y, sin querer -aun sabiendo que pasaría-, un microimpulso nervioso me hizo casicerrar la mano y... la bolita que quería ser metal se me deshizo entre los dedos. Me quedaron diminutos trocitos de lo que era; entonces la luna hizo de lago y los trocitos de piedrecitas, y así, con mala puntería... ya sabéis: esta noche a tu ventana tira piedras la luna (8)
No entiendo muchas cosas. No sé decir algunas otras. No me doy cuenta de muchas más. No me fijé en lo que había en el séptimo huequecito de la estantería.... no lo quise ver. No lo siento, que es lo peor. Y no preguntes, que no voy a contestar.
No se vende la luna en botella, ni las estrellas son caramelos, pero oye.... ¿para qué queremos más?
No vengo a despedirme. Karen.
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