Lo aguanté todo. Me hundí en el asfalto intentando sostener cada mentira mientras te sonreía, me quedé días esperando una explicación a tanta decepción y finalmente... Todo se derrumbó, mis ojos se abrieron y mi corazón perdió un par de años de vida.
Fue realmente triste, y me prohibí llorar.
Sé que más tarde fingiré que no sé nada, y al final, como siempre, acabaré creyéndomelo. Y volveré a las andadas, a perseguir sombras en la oscuridad, y todo empezará de nuevo hasta que me dé de bruces con los enormes carteles de neón. Lo sé porque ha pasado antes.
Me encantaría ser mala -tanto como lo soy cuando pienso en ti- pero la realidad es distinta.
Supongo que estuvo bien mientras duró, que no sufrí, ni lloré, ni pasé noches en vela imaginando que las cosas cambiarían al día siguiente. Supongo que no borraré tu número, que seguiré acordándome de ti cada vez que..., y supongo también que cuando amanezca por fin, te lo haré saber.
Lo peor de todo es que no te odio -por más que lo intente- porque te quiero; te quiero de verdad. Te quiero como se quiere a las cosas que hacen daño, fuerte y abusivamente; tanto que nunca podré dejar de hacerlo. Quizás nunca comprendas que querer no implica una habitación a oscuras y escasez de ropa, que querer es algo puro (como la amistad) y aunque no muera, ha de cuidarse para que no crezca maleza.
La maleza separa, y si es eso lo que querías, supongo que adiós.
Karen.
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