No hay nada que odie más que el odio; y me supone un gran problema porque el mundo está lleno de él. A nadie le parece extraño que el odio sea hasta necesario para sobrevivir y, no sé, a mí me parece, cuanto menos, curioso.
Qué coño estamos haciendo con nuestras vidas.
Vivimos en un mundo donde querer a una sola persona es de idiotas, donde el amor sólo es una palabra más, donde vale más un libro que 5 gramos de marihuana, donde el placer está por encima de todo y donde siempre ganan los malos.
Dónde quedaron las cartas y los matasellos, las llamadas telefónicas de cuatro horas, los encuentros fortuitos que acaban en un café... Dónde quedaron las cosas reales,
joder. Ahora todo se reduce a
su última conexión, a saltarse clases para ir a fumar, a ver cuántas copas soy capaz de beberme, a una rubia en pelotas que hace algo parecido a bailar, a un polvo en los lavabos y al número de amigos en Facebook. Vivimos super conectados, sí, pero estamos solos, realmente solos.
Odiamos los días de lluvia, ir a clase, cumplir con nuestras responsabilidades, pagar impuestos, hacer la comida, a la gente impuntual, los contratiempos, el atasco al volver a casa, todos los días que no sean vacaciones, a la estúpida dependienta que nos dio mal las vueltas, el regalo de los abuelos en navidad, las facturas, el sonido del despertador, los críos gritando a las siete de la mañana... Joder, odiamos mazo.
Yo sólo odio odiar, odio tener que odiar, y odio que me odien. Odio el odio porque ha matado todo lo que de verdad merece la pena.
Nos estamos sumiendo en la más profunda superficialidad, y a nadie le importa.
Mira, me voy a por una cerveza y que os den por culo a todos.
Karen.