se me habrá metido un poco de arena
eso no es para mí”
Dos. Sólo son dos palabras. Dos palabras que significan tantas cosas… y a la vez, nada.
No soy de las que piensan que un “te quiero” son palabras muy importantes, me parece que un gesto o una mirada dicen eso y mucho más, pero… sin embargo, soy incapaz de pronunciar estas palabras sin añadirle un tono despreocupado y divertido.
Creo que hay muchos tipos de “te quiero”.
Está el “te quiero sincero”: ese “te quiero” que sale de tu boca sin motivo alguno, ese que no hace falta decirlo pero se dice. Ese que es entre colegas, ese que no esconde nada más que la verdad, que no tiene significados ocultos. Ese que te hace sonreír. Ese “te quiero” que nace de una conversación que acabó en una sonrisa. Ese “te quiero” que es así de simple. Ese “te quiero”, para mí, es el que más valor tiene.
Está el “te quiero educado”: ese “te quiero” que dices casi sin darte cuenta, sólo porque queda muy mono poner “tq” al final de cada mensaje. Ese “te quiero” que no significa nada. Ese que puedes poner infinitas veces, sin temor a que ese alguien se cree la idea equivocada, ese que no es de verdad.
El “te quiero cobarde”: ese “te amo” que va disfrazado de simpleza con un “te quiero”. Ese que intenta averiguar sentimientos antes de lanzar las palabras que en verdad se quieren decir… “te amo. Más que a nadie en el mundo, y sólo deseo que tú también lo hagas”. Ese te quiero que cuesta tanto decir, pero que se dice muy a menudo, y la gente confunde con un “te quiero sincero”.
Existe el “yo también te quiero, pero no así”: ese que te rompe el corazón. Ese que hace que desees no haber dicho nunca el “te quiero cobarde”. Ese “te quiero” que sólo significa un “te aprecio”.
Y muchos más…
Pero, allí está el problema: ¿por qué tenemos que pensar sobre el “te quiero”? No son más que dos palabras bonitas, que significan muchas cosas (significa lo que tú quieras que signifique), o… quizás nada.
Hoy, no me siento capaz de pronunciar esas dos únicas palabras, ni siquiera para responder a las mismas palabras. Quizás sí le doy importancia, aunque no quiera dársela.
Quered, Karen.
Cuando me preguntan si creo en el destino, realmente no sé qué contestar. Es decir: ¿existe? Depende de lo que entiendas por destino.
Si el destino es “la predestinación para algo: todo lo que hagas (sea lo que sea) te llevará a lo mismo” entonces no creo en el destino. A menos que ese “destino” sea morir, porque entonces sí creo (como todo el mundo sabe… hagas lo que hagas: morirás).
Si el destino es “sólo un conjunto de casualidades que derivan en algo que nunca hubiera sucedido sin esas casualidades” entonces sí creo.
Salirte de tus hábitos sin planificarlo, es una casualidad. Por ejemplo: sueles ir en tren día a día, siempre a la misma hora, siempre con los mismos pasajeros en el mismo vagón. Un día, no oyes el despertador y sales de tu casa quince minutos tarde. Encuentras que hay más gente en la estación (sólo media hora después de tu hora de siempre), y tardas otro tiempo en subir al tren. El tren es distinto, y la gente es distinta. A tu lado, en lugar del hombre de negocios de siempre, se sienta una chica que… ahora, avanzando ocho años en el futuro: es tu mujer.
Eso sí es destino: casualidad con un fin. La gente dice que lo contrario al destino es la casualidad, por eso dice el dicho: “nada ocurre por casualidad”. Pero para mí, no son más que palabras que se complementan. La gente no conoce el verdadero significado de “casualidad”: Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.
Si las casualidades no se pueden prever ni evitar: algo estará pasando. Entonces el destino está hecho de casualidades así como las casualidades constituyen el destino.
Seréis felices, Karen.