Vendo mi alma al primero que pase porque el diablo se olvidó de mí.

Dejad los pretextos, la vida necesita más párrafos.

sábado, 28 de agosto de 2010

Hoy lloré.


“Hoy lloré
se me habrá metido un poco de arena
eso no es para mí”
-Decidí, Extremoduro-

Lo peor es no saber el por qué. 
Yo, que guardo todo bajo mil candados y no dejo a nadie la llave de mis sentimientos, he llorado.
Sentía las ganas de llorar subirme por la garganta, aguarme los ojos y achicarme el corazón.
Hoy, que ya estoy bien, he decidido intentar explicar con palabras todo lo que he sentido.
Me he sentido pequeñita, insignificante, lejos de todo lo que me rodea, aislada viendo como pasa la vida por los demás…
No suelo llorar, suelo tragarme todo lo que no me gusta, suelo dejarlo pasar, suelo no darle importancia a las cosas que no me gustan… Suelo mostrarme indiferente hacia temas de sentimientos, parezco fría. No lo soy.
Es miedo.
Quiero conocerme un poco mejor:
Me escondo bajo una sonrisa, siempre estoy feliz y nunca me enfado. Pero siento, y siento muy fuerte.
No me enfado porque lo encuentro innecesario. Entiendo que no todos pensamos igual, y no me gusta tratar temas serios (por eso evito enfrentamientos). Por otra parte, hay temas que es mejor no tocar conmigo, porque, si bien no me enfadado, no dejo el tema hasta dejar bien claro que mi punto de visto es el más indicado.
De estos temas puedo hablar libremente, pero… ¿sobre el amor?
Hace unos meses hablaba sobre el tema. Descubrí cuanto me cuesta admitir que lo deseo con todas mis fuerzas, y descubrí cuanto me cuesta decir “te quiero” aunque no le dé importancia a su significado.
Todo esto viene a que… quiero parecer fría porque en verdad soy todo lo contrario, y no quiero que la gente lo sepa.

Lloré y sólo sé que sentía que todo estaba mal, pero aún no sé el motivo de verdad… o, sí lo sé pero no lo quiero decir en voz alta.

Viendo la película “El Guerrero Pacífico” escuché algo muy cierto: “A quien cuesta más querer, es el que necesita más amor”. 

Llorad, Karen.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Vivir

¿Qué es la muerte?

Es el punto final definitivo, ese punto (como dice Sabina) al que no le siguen dos puntos suspensivos.
Es ese momento en el que piensas “¿y ahora qué?”.
Es el último piso, al que se llega después de subir y bajar escalones numerosas veces.
Es el destino de todo el que vive.
Es algo que duele. Pero sólo duele a esos a los que la muerte dejó atrás, incompletos.
Es algo sencillo, en lo que no hay que pensar. ¿Acaso merece la pena pensar sobre ello?

La muerte sólo es una cosa: nada.

La gente no suele tener miedo a la muerte, sino a vivir.
Y ¿qué es la vida, entonces? 

La vida, desde luego, NO es abrir los ojos cada mañana.
Es todo tu recorrido hasta el final, puede ser largo o efímero… pero, siempre que se pueda: la vida es maravillosa.
La vida es una compleja unión de personas, momentos y palabras.
Siempre (y nadie puede decir lo contrario) hay algo por lo que merece la pena seguir vivo. Existen recuerdos desagradables que te animan a suplantarlos por otros mejores. Existen recuerdos hermosos que se instalan en tu mente y en tu corazón, planeando nunca irse.
Y, si los recuerdos no son suficientes para seguir aquí… siempre se pueden crear nuevos recuerdos.

Es mejor tener algo, por pequeño que sea, que tener nada (absolutamente nada).


Vivid, Karen.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Te quiero.

Dos. Sólo son dos palabras. Dos palabras que significan tantas cosas… y a la vez, nada.

No soy de las que piensan que un “te quiero” son palabras muy importantes, me parece que un gesto o una mirada dicen eso y mucho más, pero… sin embargo, soy incapaz de pronunciar estas palabras sin añadirle un tono despreocupado y divertido.

Creo que hay muchos tipos de “te quiero”.

Está el “te quiero sincero”: ese “te quiero” que sale de tu boca sin motivo alguno, ese que no hace falta decirlo pero se dice. Ese que es entre colegas, ese que no esconde nada más que la verdad, que no tiene significados ocultos. Ese que te hace sonreír. Ese “te quiero” que nace de una conversación que acabó en una sonrisa. Ese “te quiero” que es así de simple. Ese “te quiero”, para mí, es el que más valor tiene.

Está el “te quiero educado”: ese “te quiero” que dices casi sin darte cuenta, sólo porque queda muy mono poner “tq” al final de cada mensaje. Ese “te quiero” que no significa nada. Ese que puedes poner infinitas veces, sin temor a que ese alguien se cree la idea equivocada, ese que no es de verdad.

El “te quiero cobarde”: ese “te amo” que va disfrazado de simpleza con un “te quiero”. Ese que intenta averiguar sentimientos antes de lanzar las palabras que en verdad se quieren decir… “te amo. Más que a nadie en el mundo, y sólo deseo que tú también lo hagas”. Ese te quiero que cuesta tanto decir, pero que se dice muy a menudo, y la gente confunde con un “te quiero sincero”.

Existe el “yo también te quiero, pero no así”: ese que te rompe el corazón. Ese que hace que desees no haber dicho nunca el “te quiero cobarde”. Ese “te quiero” que sólo significa un “te aprecio”.

Y muchos más…

Pero, allí está el problema: ¿por qué tenemos que pensar sobre el “te quiero”? No son más que dos palabras bonitas, que significan muchas cosas (significa lo que tú quieras que signifique), o… quizás nada.

Hoy, no me siento capaz de pronunciar esas dos únicas palabras, ni siquiera para responder a las mismas palabras. Quizás sí le doy importancia, aunque no quiera dársela.


Quered, Karen.

sábado, 14 de agosto de 2010

Palabras

Todo el sueño que no he soñado se me ha acumulado entre ayer y hoy.
Hace ya unos cuantos días que no podía dormir más de cuatro horas, por pasar las noches hablando y, cuando intentaba dormir, pensando. No se puede dormir si tienes algo en la cabeza, porque le das vueltas como un tiovivo mal ajustado, que al final te marea y acabas por derrumbarte (regresando a la idea inicial).
No pensar.
Pensar que no debo pensar, es un pensamiento, con lo cual… no se puede evitar no pensar. Siempre se tiene algo rondando por ahí arriba, algo que no te deja en paz. Sin embargo, a veces me ha pasado que dejo mi mente en blanco, sólo rellena de las gloriosas notas musicales provenientes de las manos de Steve Vai. Me dejo caer los párpados, dejo de mirar las estrellas, y siento como el viento de la madrugada me revuelve el pelo y me eriza el vello de la piel. Es una sensación tan simple, que hace que deje de pensar en nada más. Mis conflictos mentales desaparecen y me dan una tregua hasta el día siguiente. Pero sólo a veces.
Que ¿en qué pienso? En lo de siempre.
Pienso en las palabras (las dichas, las ocultas, las obviadas, las sutiles, las hermosas, las que duelen, las olvidadas, las que vendrán, las que pudieron haber sido…) Pienso en cada conversación que he tenido y cada una de ellas que me encantaría tener. Pienso en una vieja situación y las palabras que yo debería haber dicho, en lugar de las que solté. Luego de un rato: pienso que pierdo mi tiempo. ¡Las palabras son de las pocas cosas que no se pueden recoger! Ya están dichas… entonces ¿por qué pienso en ellas como si pudiera cambiarlas?
Lo he intentado, pero cada madrugada acabo quedándome dormida con el mismo pensamiento en la cabeza: no debes hacer esto.
No debo pensar en las palabras.
Pero… no se puede evitar, es decir: ¿cómo controlas algo involuntario?
Si centro mi mente en otra cosa… pero, a esas horas no queda más por hacer, quizá por eso no quiero ir a dormir, para tener la mente a otra cosa.

Creo que le doy demasiada importancia a las palabras… ¿acaso soy la única?


Dormid, Karen

miércoles, 11 de agosto de 2010

Destino


Cuando me preguntan si creo en el destino, realmente no sé qué contestar. Es decir: ¿existe? Depende de lo que entiendas por destino.

Si el destino es “la predestinación para algo: todo lo que hagas (sea lo que sea) te llevará a lo mismo” entonces no creo en el destino. A menos que ese “destino” sea morir, porque entonces sí creo (como todo el mundo sabe… hagas lo que hagas: morirás).

Si el destino es “sólo un conjunto de casualidades que derivan en algo que nunca hubiera sucedido sin esas casualidades” entonces sí creo.

Salirte de tus hábitos sin planificarlo, es una casualidad. Por ejemplo: sueles ir en tren día a día, siempre a la misma hora, siempre con los mismos pasajeros en el mismo vagón. Un día, no oyes el despertador y sales de tu casa quince minutos tarde. Encuentras que hay más gente en la estación (sólo media hora después de tu hora de siempre), y tardas otro tiempo en subir al tren. El tren es distinto, y la gente es distinta. A tu lado, en lugar del hombre de negocios de siempre, se sienta una chica que… ahora, avanzando ocho años en el futuro: es tu mujer.

Eso sí es destino: casualidad con un fin. La gente dice que lo contrario al destino es la casualidad, por eso dice el dicho: “nada ocurre por casualidad”. Pero para mí, no son más que palabras que se complementan. La gente no conoce el verdadero significado de “casualidad”: Combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar.

Si las casualidades no se pueden prever ni evitar: algo estará pasando. Entonces el destino está hecho de casualidades así como las casualidades constituyen el destino.


Seréis felices, Karen.

lunes, 2 de agosto de 2010

Eres tú.


Esto lo escribí el último día del mes pasado, pero quería ponerlo aquí.

Eres tú.

Un cúmulo de sentimientos gigantes
De pensamientos ocultos y distantes
Un frío, y un cálido.
Algo que consigue atraparme,
Con su mirada andante.
Un único entre un montón de nada
Un paraíso que es todo menos relevante,
Porque los hay mejores, pero yo
Que estoy ciega de ti
No logro arrancarte.
Una constante confusión
Una ironía, y quizás un poco de arte.
Un confuso sí o no
Que no me permite valorarte.
Mi sueño y mi pesadilla
Que me persigue noche y día
Incesante.
Pero eres tú
Y sólo eso es algo importante.

Karen. A

domingo, 1 de agosto de 2010

Cielo


Cada vez que siento mi cabeza a punto de explotar, atiborrada de pensamientos incoherentes y tormentosos... Cada vez que deseo olvidarme de todo y de todos y sólo "estar"...
Subo a mi terraza y observo.
Observo el Cielo.
Normalmente subo de noche: comtemplo, cuento y disfruto de las estrellas, los luceros y la luna.
Pero un día en el que me sentía realmente confusa, subí más pronto: antes de que las estrellas bebieran del sol y dejaran su timidez de lado.
Contemple la huída del sol.
Será algo extraño o no, pero nunca había visto una puesta de sol, quizás por eso me pareció tan bonita y perfecta... la manera en la que el azul va bajando y deja paso a los miles de tonos amarillos y naranjas que deja el sol a su paso... para terminar en negro. Entonces llegan las estrellas, van apereciendo poco a poco (al principio no hay casi ninguna, luego hay suficientes como para quedarte embobado mirando, y finalmente serás capaz de ver algún lucero y un par de estrellas fugaces).

No sé a vosotros, pero, a mí, mirar las estrellas (el cielo secreto e infinito), me hace sentir que no soy la única persona en el mundo que en ese momento está observando el mismo cielo. Eso me hace sentir acompañada, y poco a poco... mis pensamientos ceden en la lucha por el control de mi mente y me dejan descansar en paz... Para soñar, imaginar y VOLAR.

Soñad, Karen.