Era él el único dragón que quedaba por aquellos lugares alejados. Portaba él unos grandes ojos escurridizos, que capturaban hasta a la más pequeña de las orugas. Un andar pesado y singular lo caracterizaba.
Las horas pasaba entre figuras que el humo dibujaba para él. De a ratos, iba al bar a escupir algún que otro fuego y echar unas risas con el dueño.
Entre alcoholes inflamables e interminables caladas, estos dos hablaban…
- Ya no sé qué hacer, amigo – se quejaba este dragón. – A veces siento que no estoy.
- No te comprendo, pero eso es lo de menos. Háblame de cómo te sientes. - Rellenó el vaso con otro licor. – Bebe y empieza a hablar.
- ¿Quieres que te aburra con mis penas? – Dijo en medio de un círculo de humo.
- Así me olvido de las mías.
- Cada vez que la veo pasar… – suspira – desaparezco.
Dragón alzó la vista al oscuro techo de aquella taberna, recordó sus ojos y resopló el humo de su última calada. Entonces continuó:
- Pero soy un dragón… un dragón que no tiene nada de valiente, que he sobrevivido porque ningún príncipe me quiso a su lado para luchar. – Se entristeció y varios tragos seguidos, bebió.
- Pero estás vivo.
- Yo no estoy tan seguro, amigo mío.
- Nunca podremos estar seguros de nada. – Se puso en pie y cogió una botella más.
- ¿Qué puedo hacer entonces? – gimoteó, este pequeño dragón.
- Viejo amigo, tiene usted un problema.
- Sí. ¡Está aquí! – Se golpea fuerte en el pecho, exprimiendo una lagrimilla. – Y no me lo puedo quitar… - Apoya su vaso vacío en la barra – Otra copa, colega.
- ¿Sueñas? – le pregunta su buen amigo, tras servirle otra más, está vez de coñac: unos 40º de puro desamor.
- ¿Qué si sueño? ¡Cada día! – respondió. – Una vez soñé que me abrazaba, entonces empezaba a llover y ella lloraba – suelta una carcajada - ¡Me decía que el pelo se le estropeaba!
Con una mezcla de tristeza y alegría, Dragón seguía bebiendo y recordando. Así pasó un pequeño ratito más. El dueño, su amigo y compañero de bebidas, veía estrellitas bailando a lo largo de la barra, entre las copas y subiendo por las paredes. Le regalaba risas a su amigo, que de amores estaba dolido.
- Creo, mi pequeño dragón, que ya es suficiente por hoy – dijo vaciando la última gota de ron que quedaba en su copa.
- ¡No! Aún pienso en ella, aún sé que no está aquí, aún sé que no estará… ¡Deseo no saber, fumando y bebiendo con el sol amanecer! Y que en al despertar, me encuentre con ella en otro sueño – suspiró.
- Déjalo ya… - sintió dolor. Su amigo: era un alma en pena.
Dragón negó, negó, y volvió a negar. Sujetó muy fuerte su botella (ya no se molestaba en servir el alcohol en el vaso) y, aprisionando contra sus labios, hasta la última gota evaporó.
- ¡Vamos a su casa! – sugirió, de pronto, muy animado.
- ¿Y qué harás? – quiso saber su amigo.
- No sé – parecía que pensaba, mientras se ponía en pie para salir del bar. - ¿Y si le canto alguna canción? ¿Y si le declaro todo mi amor? ¿Y si le llevo flores y bombones? – reía, mientras bailaba al ritmo de la música que en su cabeza sonaba. – Puedo volar hasta su ventana y hacerle muecas para que se ría – sonrió, el temeroso dragón, como un bobo hasta arriba de alcohol.
Ambos amigos, riendo, se fueron saltando por entre aquellos lugares… entre canciones de viejos bares.
A la mañana siguiente, despertaron en algún rincón. En ese estado, Dragón no supo llegar a su dirección…
Estando bien, ahora que lo pensaba mejor: no era buena idea lo que el alcohol le había sugerido, mejor se iba a su cueva, a mirar el techo y a soñar (que es mucho más fácil)
-Karen Acuña-
¿ Habéis sido dragones alguna vez?, Karen.