Se va cerrando con el tiempo, y de pronto ya no recuerdas ni cómo se abrió esa brecha. Pero algo queda.
Algo como las líneas en la arena que dejan las olas tras una tormenta llena de espuma (de cerveza).
El silencio es absoluto, pero parece que todo se escucha más fuerte. Los latidos hacen compás y tus dedos lo siguen con golpecitos sobre el escritorio. Es verano y apenas hay aire fuera, pero ¡joder! cómo golpea la ventana. La gotera del baño parece persistente y te juras que mañana lo arreglarás. Las filas de hormiguitas dispuestas a luchar contra todo marchan a un ritmo acelerado que rompe con la perfecta melodía en la que todo estaba sumido, pero da igual. Da igual porque es un error imperceptible que casi hasta queda bien; aquí lo que realmente importa es la voz cantante, la solista que está sola.
Tus emociones se ven acorraladas y amordazadas, sin escapatoria alguna. La sonrisa fue la primera en sucumbir al llanto; fue una escena preciosa, triste... Seguidamente la paz y la comprensión. Todo era jaleo y humo, las conexiones neuronales recorrían siempre el mismo camino, una y otra vez, haciendo agujeros en el pensamiento; todo era confuso y eres incapaz de pensar coherentemente. Te preguntas dónde coño está la empatía. No recibes respuesta. Hace calor y estás en un sótano a 500metros bajo tus ojos, porque ya ni siquiera te das cuenta de los movimientos de... de quien sea ese que pretende hacerte entrar en razón, pf.
Pero no somos conscientes, no.