Sé que hay quien lo pasa mil veces peor que yo, y que no me merezco ni siquiera la oportunidad de quejarme pero... Me encantaría dejar de ser yo por un día, sentirme en otra piel y saber cómo se siente el dejar de quererte. Uy, parece que ocultar cosas ya no se me da bien, eh. EH. Me estoy pasando.
Si es que...el problema es que siempre que intento ser mala y disparar, las balas acaban muriendo en mi pecho -que ya estaba bien muerto de antes-.
Lo dicho, me encantaría cambiar de vida por un día... Quizás así empiece a valorar lo que tengo. Y mientras esté ausente ¿alguien me echará de menos? ¿Me echarás de menos?
No. No. No. No. No. No. No.
Demasiada importancia.
A veces recuerdo lo mal que va todo y me pongo muy triste. A veces le doy al bondage y me ato pies y manos con miles de frases que en su momento tenían sentido.
18 días.
Un fantasma borracho se pasea por mi habitación y no me deja en paz. Por las mañanas me despierta gritando su nombre y sale conmigo a trabajar. Me coge de la mano muy fuerte y todo el día anda susurrándome canciones tristes. De noche se lía pitis -con aliño- en un rincón y me mira mientras se coloca. Me sonríe, y pierdo un día más de vida cuando por fin cierro los ojos para dormir.
A veces se pasa con su dosis y me abandona un par de días. Y me siento igual de sola.
18 días.
Si pienso que no es por él, entonces es por mí. Todo el mundo es feliz, y yo me sumerjo entre grumos de soledad, porque me da la puta gana. Algo falla y sólo puedo ser yo.
Siempre que lo recuerdo, voy corriendo en busca de mi fantasma...y antes de empezar, me encuentra él. Me da un abrazo de esos que duelen, y me aparto porque sé que lo que viene después es húmedo y produce insomnio. Pero un abrazo es fácil de recordar, y el insomnio llega de todas maneras.
18 días.
Lo peor es pensar que ni es por ti, ni por mí. La culpa es de alguna fuerza suprema en la que a veces creo y a veces dudo, pero nunca niego. Se me encoge el corazón cuando pienso en la maldita mala suerte que tuve al coger el número perdedor. Entonces empiezo a pensar en cómo excusar a mis ojos cuando mañana por la mañana sean del tamaño de. De.
18 putos días.
Yo creía que una buena razón puede con cualquier cosa, que un motivo importante podría excusar guerras mundiales y perdonar pecados. Así que todo en mi vida tiene una explicación, algunas buenas, algunas malas, pero todas son razonables.
Excepto tú.
18 días, y 17 y 16...
El tiempo es una de esas cosas que no soy capaz de controlar. A veces me da por darme cuenta de que en nada tengo un año menos y que se me acaba el plazo para vivir lo que tenía planeado vivir.
A veces me da por levantar la mirada, y no hay nadie.
No sé para qué quiero paz si no podré sentarme a escribir.
La inspiración se me escapa y el vacío se hace tan insoportable que empiezo a desear que alguien me arrebate esta paz de mierda que hace que no quiera escribir. Pero.
Siempre he querido paz, y supongo que ahora que la tengo... quiero guerra. Quiero que me hagáis trazar cuidadosamente estrategias enrevesadas y tristes que terminen por hacerme daño a mí y sólo a mí, por el mero placer de sentirme viva, de que me crezcan alas y saborear la gravedad, de llorar con algún motivo de mierda, de escribir como escupiendo las espinas que tendré clavadas en el pecho, y de sentarme en el suelo de mi habitación y desear la paz (otra vez).
Se me antoja que esta canción sea diferente.
Siempre vengo aquí a hablar de mí -o a fingir que no hablo de mí- y hoy, sin miedo de parecer egoísta, cínica o como sea que se le llame hoy en día, me propongo a seguir haciéndolo. Pero antes que nada, quería decir que preferiría no tener que escribir nada. Porque escribir duele, pero no hacerlo también y de algo he de vivir.
Mi repertorio musical está inundado de lágrimas desordenas. Empieza fuerte, con un Robe vacilón y romántico -a su manera- que me recuerda noches de verano a las que volvería para no regresar, quedándome en standby, con mi ginebra, en la cuesta que hace esquina con mi casa. Continúa con el peor, el puto Sabina de las putas y el alcohol, los 19 días y 500 noches y las lágrimas de plástico azul. Sigue con mi querido Rulo, al que odio por todo lo que me recuerda; el Rulo que me pone la cabecita loca, el que me hace llorar...el Rulo que deseo olvidar, pero quiero. Después hay silencio, un vacío insoportable donde resuena el eco de un concierto escondido por la Plaza de Toros, de varias raciones de canciones tristes en el Fnac, de notas desafinadas en algún parque y de un Y si amanece por fin que está ivernando. De pronto vuelven los fantasmas y cada canción suena hasta sembrar mis mejillas, entonces suena algo de metal. Recuerdo que una vez le dije a alguien que lo malo de la música era la letra que la acompañaba... y le doy play a mis vídeos de Steve Vai. Entonces aparecen Melendi y el de las tortugas, y me doy cuenta que el problema de la música que realmente me gusta es que viene junto con miles de cosas que ya no deben gustarme. Y decido buscar nuevo repertorio. Y no encuentro nada. Y vuelvo a las andadas.
Quizás sea una observación insignificante y estúpida pero... Odio la música que me gusta, porque me hace que me entren cosillas en los ojos y acabo llorando (por las cosillas que me entran, claro). En fin, que hace que sienta. Y no quiero sentir. Y también odio no querer sentir. Y miento si digo que preferiría no sentir nada. Y que esto es una movida muy loca, oiga.
Después decidí borrar del playlist a mi Robe y mi Rulo y a mi Sabina. (Aquí entre nos: no las borro, las guardo donde sé que las voy a encontrar). Y me pongo muy no-contenta. Y arrg#!@.
Pero un día como hoy llega a mis oídos una canción sin estrenar, una a la que aún no le he adjudicado ningún recuerdo, una que no tiene efecto alguno, una que es... simplemente, preciosa. Y quiero compartir ahora.
Y si alguien sabe cuales son esas 10 palabras, que las comparta conmigo.
El momento llegó, abrí los ojos.
Me di cuenta de la montaña de mierda y hojalata que tenía en mi forma de pensar, del susurro quedo que a medianoche me canta canciones tristes, de la película sin prota que me prometía ganar un Oscar. Me di cuenta de las noticias que nunca llegué a leer, del sin fin de recuerdos que eran en realidad un montón de basura, de la respuesta a mi pregunta de siempre, y... me di cuenta de que la esperanza no se pierde, aunque te estés muriendo de asco en el mismísimo infierno.
El problema es que no sé qué hacer con todo esto que he descubierto, porque el dolor pide dolor y yo, que tengo mucho, necesito más. El cariño dio paso al odio; y lo odio, cariño. Es una sensación desagradable, se me comen las arañas y los fantasmas me hacen burla porque les he cogido cariño. Me he hecho dependiente del sufrimiento porque ha penetrado en mi zona de confort, se ha sentado en el sofá y se lía cigarros mirándome con malicia. Me di cuenta de la vida a la que le cerré las puertas, de las oportunidades que deje pasar, de la denuncia por robo de abrazos que gané y de las palabras bonitas (aunque falsas) que dejé de oír. Me di cuenta de la muralla que construí a mi alrededor; he leído que no hay que derrumbarlas sino saltarlas, porque no es saludable acusar a tu pasado de los problemas del ahora. La solución es avanzar, y crear raíces en otro territorio.
Me di cuenta de que existe un destino, de que siempre lo he sabido (pero he querido ocultarlo). Y por eso sé que todo lo que me ha pasado (... lo que no me ha pasado) es porque así debía ser, porque la vida está preparando mi vida, y sólo tengo que esperar a que llegue, sin quejarme por no tener la vida que yo había imaginado (la había pintado y con ello decoré mi zona de confort... y así estoy), sin llorar ni maldecir, ni acusarme ni acusarte. Y que... si te tengo que decir adiós, lo diré y me morderé los labios hasta sangrar para no decir luego un hasta mañana. Porque por morder tus labios...
Me di cuenta de mi lista de prioridades, y no me asombré al ver que sólo hay un nombre. Pero también me di cuenta del problema que supone y que debo hacer algo por reorganizar mis prioridades.
Y que si te tengo que decir adiós, espero que me lo prohíbas.