Hoy es el último día del año, pero mañana todo seguirá siendo igual. No sé qué coño celebráis.
Karen.
Me abruma tanto sinsentido. Odio que las cosas no parezcan lo que son. Me entristece el tictac del reloj.
A veces te entra un impulso irrefrenable de salir corriendo y dejar a un lado cualquier cosa que no sea especialmente importante, y ahí es cuando te preguntas qué es importante. Así, dedicas un montón de horas -en las que podrías estar haciendo cosas útiles como escribir un libro, plantar un árbol o intentar tener un hijo cinco veces en el asiento de atrás de un coche- a meditar y sumirte en la más profunda locura para acabar más perdido que antes, más solo, más triste y con más ganas de salir corriendo.
Parece mentira que algo tan simple y bonito cultive tanta tristeza en el mundo. A veces me río cuando lloro, al recordar que el amor es un motivo secundario -psicológicamente hablando- y que no me es necesario para sobrevivir, y sin embargo es una de mis máximas prioridades. Y sé que os pasa lo mismo, porque todo lo que le pase a una persona puede a pasarle a cualquier otra.
Me di cuenta de la vida a la que le cerré las puertas, de las oportunidades que deje pasar, de la denuncia por robo de abrazos que gané y de las palabras bonitas (aunque falsas) que dejé de oír. Me di cuenta de la muralla que construí a mi alrededor; he leído que no hay que derrumbarlas sino saltarlas, porque no es saludable acusar a tu pasado de los problemas del ahora. La solución es avanzar, y crear raíces en otro territorio.
He nacido para estar siempre en standby, contando estrellas las madrugadas de verano y nada más. No sé hacer nada más, ni me gusta esperar, pero acepto mi derrota como costumbre y... afino mi guitarra.
Recuerdo que una vez miraba al cielo, no para buscar a esas pequeñas cumplidoras de deseos, no. Miraba a la luna porque me parecía preciosa, tan redonda y brillante... Entonces de pronto, y sin que yo buscara, pasó un estrella fugaz. Ni lo pensé, deseé que al llegar a mi habitación y abrir el pequeño microondas de juguete (¡que tanto me gustaba!) hubiese dentro un trozo de luna -sí, era pequeña ¿vale?- Luego pensé que prefería que fuesen varios trocitos pequeñitos, porque me gustaría regalar algunos. Fui todo el camino a casa repitiendo mi deseo, con toda la fuerza que era capaz. En el fondo sabía que al llegar a mi habitación, no encontraría nada en el microondas, así que barajé la posibilidad de que estuviese en el horno, o en la nevera. Luego me surgió una duda de importancia, de esas que te hacen cambiar los esquemas y te llevan derechito a la locura. De hecho, fueron varias. ¿Quién entraría a casa para dejar los trocitos de luna? ¿Sabría " él" exactamente donde vivo? ¿Cómo lo sabría? ¿Será lo suficientemente rápido como para salir de casa antes de que lleguemos nosotros? ¿Qué les diría a mis padres si lo pillamos en plena acción? ¿A quién le regalaría los trocitos que me sobren? ¿Y si sólo se cumple el deseo con su formulación inicial, y sólo tengo un trozo? ¿El trozo sería de la parte de la luna que siempre se esconde, o todo el mundo me odiaría por hacerle un agujero al sol de la noche?
Quizás la solución sea no hacer nada. Optar por la callada. Esperar. Escuchar a mi maldita voz interna que sólo sabe llorar.
El problema es querer descubrir ese algo, porque todos sabemos que no merece la pena justificarse tanto. Al fin y al cabo... ¿qué ganas?
Ser mala tiene sus ventajas. La gente no espera nada de ti, así que da igual que hagas las cosas mal o te pases en la dosis de veneno. Da igual...¡porque te odian! A nadie le importa lo que le pasa a los villanos, son la escoria, el obstáculo entre los amantes, la mierda cantante y danzante, porque las brujas no tenemos ni sentimientos ni corazón, ¿no?
Todas las canciones hablan mejor que yo, y por eso no me gusta escucharlas. Pero lo hago. Lo hago porque huir nunca es la respuesta correcta.
Antes todo era como flores de porcelana, con un deje de falso. Demasiado brillante, pero precioso. Antes me gustaba, pero tenía miedo.
Quisiera no tener que viajar nunca y sin embargo, lo hago demasiado a menudo. Vivo entre despedida y despedida, y sólo agito la mano de derecha a izquierda indiferentemente hasta que se cierran las puertas del vagón y ya entonces se me salen las lagrimillas. Porque se supone que soy una tía dura, y llorar no va conmigo. Se supone que no me importa nada, que practico la ataraxia, que todo lo perdono y que siempre tengo la culpa de todo. Se supone que no debo suponer, pero ya es un hobby.